A finales del año pasado, en una disertación en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, Eric Schmidt, presidente de Google se mostraba optimista respecto a la posibilidad de desarrollar unos códigos inviolables que acabarían con la censura en Internet, incluso en países como China, Corea del Norte o Cuba.
Podríamos compartir esa optimismo si no fuese porque 10 años, el plazo estimado por el eufórico conferencista para acabar con el juego del gato y el ratón entre los gobiernos y los internautas, es para los venezolanos mucho tiempo, más del que puede soportar una sociedad harta de controles cada vez más rígidos que van reduciendo de manera alarmante la libertad de acción del ciudadano.
El mandatario de ocasión, no conforme con tener a su disposición 110 viceministerios acaba de crear uno más para que se ocupe de las redes sociales y, aun cuando no se ha designado al ciber policía, no tenemos la menor duda de que, sea quien fuere, su misión será espiar a quienes utilizan las plataformas de intercambio para expresar sus ideas, por no poderlo hacer en otros medios, dada la creciente concentración de los mismos en manos del gobierno. El flamante despacho genera preocupación entre los que nos ocupamos de informar al público porque el mismo se suma a los viceministerios de Televisión, de Radio y de Medios Impresos, lo que supone la conformación de una fuerza de choque a cargo de comisarios políticos para decidir qué puede difundirse y qué debe ocultarse, tal como corresponde a regímenes que buscan imponer una manera homogénea de pensar a toda la sociedad.
Ya se sabe que el oficialismo busca radicalizar las leyes que regulan la comunicación social también se sabe, por boca del propio Maduro, que el ejecutivo quiere que CONATEL supervise la programación, no sólo de las estaciones de televisión abierta, sino también la de los canales por suscripción.
En este contexto, la retención de divisas para adquirir papel periódico se revela, con diáfana claridad, como parte de esa política de hegemonía mediática que busca canalizar la información en un solo sentido y en una dirección única. Se trata de serias amenazas que reclaman repuestas urgentes y contundentes por parte de los sectores democráticos; la sola insinuación de censura requiere la repulsa masiva de quienes creemos en la libertad de expresión como uno de los más sagrados derechos del hombre.
Es hora de hacerse sentir para decirle no a las políticas restrictivas de este despotismo sin ilustración que sabe o intuye que una prensa libre es el muro de contención donde pueden estrellarse las pretensiones de implantar a juro un anacrónico proyecto que irrespeta la inteligencia de los venezolanos. Afortunadamente hay iniciativas como las del Sr. Schmidt que, de alguna manera, auguran el entierro definitivo del lápiz rojo… por lo menos en los espacios virtuales.
Editorial de El Nacional