Guaidó es un “gusano despreciable”, dijo hace poco el usurpador. Los insultos que salen de su boca forman parte de la rutina, por desdicha. Uno más, transmitido en cadena nacional, no está llamado a provocar sorpresas, pero estamos ante un ataque que no puede pasar inadvertido.
¿Cómo puede el usurpador despachar a Guaidó como hace habitualmente con sus enemigos? Debido a su costumbre de improperios y a su hábito de descalificaciones groseras, por supuesto, pero no está ante un rival como los que lo ha enfrentado desde el inicio de su malhadada gestión, sino ante la figura más relevante de la oposición que debe el rol que ejerce debido a la soberanía nacional. El presidente encargado de la república, designado por los representantes del pueblo, es decir, por el único poder de origen realmente republicano que existe en Venezuela, es para el usurpador un “gusano despreciable”.
Si agregamos el hecho evidente del apoyo popular que mantiene al presidente Guaidó en la cresta de la ola de la confianza de los sectores mayoritarios de la sociedad, que se ha ganado por su limpio ejercicio de la autoridad, estamos ante un escándalo sobre el cual conviene detenerse porque advierte de los límites que el usurpador está dispuesto a sobrepasar y de las patadas que quiere propinar para el logro de su continuismo. Cuando insulta así al representante genuino de la soberanía y al líder de mayor arraigo entre las masas, muestra con el mayor descaro lo que estaría dispuesto a llevar a cabo para el mantenimiento de la usurpación.
Que diga eso porque no tiene ideas en la cabeza, ni en ninguna otra parte, parece evidente. El usurpador ya ha demostrado con creces su oscuridad y su ordinariez. No se estrena en el teatro minúsculo de los gritos vacíos y de los gestos pendencieros, pero afirmar sin rubor que el presidente Guaidó es un “gusano despreciable” nos coloca ante una voz atroz del todo, que no pueden tolerar oídos republicanos. Para que calculen la magnitud de la expresión, el tamaño del irrespeto, quizá encuentren ayuda los lectores en el hecho de que ni siquiera Eustoquio Gómez, encarnación de la barbarie y de la matonería en una de las épocas más tenebrosas de Venezuela, fue capaz de referirse así a sus enemigos.
Editorial de El Nacional