Las elecciones españolas conforman un testimonio de cómo un conglomerado responde a sus necesidades en períodos de incertidumbre. Pese a las predicciones de las encuestas, pese al anuncio del crecimiento inminente de nuevas fuerzas que harían temblar al establecimiento, la voluntad popular prefirió leer a su manera las circunstancias de un agitado teatro y votar en consecuencia.
Las encuestas anunciaban el triunfo del PP, pero sin estridencias. No obstante, la organización del presidente en funciones logró ganar más escaños de los previstos. También predecían el crecimiento de IU Podemos, hasta el extremo de colocarlos en el segundo lugar, pero se equivocaron. También condenaban al PSOE a un lugar subalterno dentro de las preferencias de los votantes, pero siguió en su posición decisiva en materia política. Los estudiosos de la opinión pública calcularon todo, en principio, o pensaron que calculaban todo, menos la madurez de los ciudadanos comunes y corrientes que han aprendido lo que tienen que aprender sobre sus conveniencias y sobre sus necesidades desde la desaparición del franquismo.
¿Qué hicieron los españoles en los últimos seis meses? Analizar la conducta de los líderes que se aferraban a sus intereses, mientras le cerraban la puerta a la posibilidad de una nueva legislatura. Observar las posiciones equívocas, la lluvia de declaraciones tornadizas, los hermetismos que dejaban de serlo al día siguiente, es decir, una irresolución que terminaría por perjudicar, quizá de manera profunda, los logros de una democracia maltrecha que necesitaba, no solo parches, sino también remedios de urgencia.
¿Los resultados electorales se relacionaron con la decisión inglesa de abandonar la Unión Europea? ¿Remojaban las barbas, después de que ardieron las del vecino? Un sondeo de última hora, seguramente más acertado que los anteriores, señala una verdad elocuente: más de 50% de las familias españolas no sólo desconocía los resultados del referendo británico, sino que, aunque parezca extraño, ni siquiera sabían que se había realizado. En consecuencia, su sensibilidad fue doméstica, como domésticas eran sus incertidumbres y sus urgencias. De allí la trascendencia del voto que depositaron en las urnas, no tan masivo como pudo ser, pero lo suficientemente relevante para ordenar un comportamiento sensato de sus líderes, para clamar por el cese de las posturas particulares en beneficio de lo nacional.
Los partidos políticos de España tienen ahora la obligación de llegar a un acuerdo para la inmediata integración del nuevo gobierno. De lo contrario, corren el riesgo de que la fe en la democracia descienda a escalas más bajas y preocupantes. Lo que es peor, corren el riesgo de quedar en las manos de “soluciones” de última hora que han sido desechadas, pero que siguen pendientes de su presa. Se espera que la sensatez de los jefes de los partidos corresponda a la madurez de los electores. Es lo que deseamos desde aquí a una sociedad tan entrañable y tan cercana.
Editorial de El Nacional