El mundo está viviendo una paralización masiva de su forma normal de vida. Una situación similar vive Venezuela desde hace años, pero con un origen distinto: la epidemia dictatorial
Si hoy le preguntamos a los ciudadanos del mundo: ¿estaría dispuesto a permanecer en distanciamiento social durante un año sin necesidad de que haya una pandemia? La respuesta obvia y rotunda sería, NO. Tal sacrificio solo se hace para salvar vidas, como lo vemos hoy a nivel global.
El mundo está viviendo una paralización masiva de su forma normal de vida. Una situación similar vive Venezuela desde hace años, pero con un origen distinto: la epidemia dictatorial. Venezuela ha estado sometida a un irracional, progresivo y antidemocrático distanciamiento social impuesto por la dictadura criminal de Nicolás Maduro. Los indicadores de ese distanciamiento son variados, pero su eje común es suprimir las libertades para preservar el poder. Permítanme precisar con algunos ejemplos:
En el 2014 los venezolanos salimos a la calle para protestar legítima y constitucionalmente, anticipando entonces la tragedia humanitaria que vendría. Muchos venezolanos, especialmente jóvenes, dirigentes sociales y políticos fueron arrestados por razones políticas, incluyendo el líder de nuestro partido Voluntad Popular, Leopoldo López. Fui imputado dentro de la misma «causa judicial», lo que me llevó a la clandestinidad por 108 días y luego al forzado exilio actual lejos de mi familia, de mi partido, de mi gente, pero siendo más útil desde el exterior para la lucha democrática. Toda la directiva de nuestro partido fue perseguida; unos presos, otros en el exilio, la clandestinidad o refugiados en embajadas. Como consecuencia de un aislamiento social antidemocrático, desde hace seis años tuvimos que reinventarnos.
Desde entonces nuestras reuniones son digitales, incluyendo los encuentros nacionales con nuestros dirigentes locales. Ese mismo protocolo se ha extendido a los diferentes partidos políticos que disienten del régimen, e incluso, a la legítima Asamblea Nacional, donde cerca de treinta diputados están exiliados y cuatro permanecen detenidos.
La dictadura ha extendido la persecución en Venezuela a toda la sociedad; tenemos cerca de 400 presos políticos, entre ellos militares, médicos, líderes sociales y de partidos, estudiantes y diputados, todos sometidos a tratos crueles e inhumanos. Se les prohíbe ver el sol, poder hablar con su familia o poder reunirse con sus abogados. Son símbolo perenne del aislamiento nacional.
Como resultado, nos ha tocado conducir una lucha en unidad y asumiendo decisiones complejas sin mirarnos a los ojos entre los distintos actores políticos, tan solo escuchando nuestras voces por plataformas digitales en un país donde el internet es el peor de la región, con severos problemas de servicio eléctrico y con el riesgo permanente de que esta comunicación sea intervenida por los órganos de inteligencia del régimen coordinados por Cuba. La decisión de juramentar constitucionalmente al diputado Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, en 2019, ha sido sin duda la decisión más crítica asumida bajo este esquema.
La economía no escapa a los devastadores efectos de este distanciamiento autocrático. Las políticas de control estatal, las restricciones a la iniciativa privada y violaciones a la propiedad privada con expropiaciones ilegales han retrocedido décadas nuestra economía. La producción petrolera se desplomó de 3.2 millones bpd a poco más de 600 mil bpd en 2020. La escasez de bienes y servicios aumenta de manera exponencial. Entre 2014 y 2019 Venezuela perdió las dos terceras partes del tamaño de su economía (65%), peor que la «Gran Depresión» o la guerra civil española. El «quédate en casa» es para muchos la única opción forzada, ya que hay trabajo limitado. La empresa privada casi ha desaparecido. En contraste, ningún país con la pandemia del Covid-19 ha tenido tal impacto hasta ahora.
Tristemente, el aislamiento se ha manifestado en uno de los aspectos más importantes: la educación. En 2018 la deserción escolar se ubicó en 87%. Los padres no envían a sus hijos a la escuela porque la crisis generada por Maduro ha forzado un éxodo masivo de docentes, porque la escuela cerró o, peor aún, porque no tienen como alimentarlos y frecuentemente se desmayan en clases. Una maestra confesó haber subsistido solo ingiriendo agua con azúcar por tres días hasta que colapsó.
Esta crisis, hoy calificada como emergencia humanitaria compleja, obligó al menos a 5 millones de personas a abandonar el país. Un éxodo solo superado por la crisis de refugiados de Siria. Se estima que alrededor de un millón de niños quedaron sin sus padres, familias separadas por la tragedia. Según cifras de la OEA, 5 mil venezolanos por día siguen emigrando, buscando el presente de calidad que la dictadura de Maduro les niega.
En Venezuela encontramos el peor sistema de salud de la región, el cual colapsó mucho antes de la pandemia producto de la corrupción de la dictadura. María Eugenia Sader, exministra de salud del régimen, es investigada por el desfalco de al menos 600 millones de dólares. Adicionalmente la inseguridad ciudadana regenta el país, Venezuela tiene la tasa de homicidios más alta del continente, con 60 por cada 100 mil habitantes. El miedo establece un toque de queda permanente, un distanciamiento social propiciado durante años por la dictadura con apoyo de los colectivos y ahora del grupo de exterminio FAES.
El país ha quedado incomunicado. En 2014 el número de vuelos internacionales se redujo en un 60%. Esa cifra es mucho mayor hoy. Internamente cinco refinerías no producen gasolina a pesar de que tenemos las reservas petroleras comprobadas más grandes del mundo. Sin embargo, el régimen continúa enviando petróleo gratuitamente a Cuba. Venezuela es un país inmóvil.
El aislamiento ha sido dramático y ha recrudecido durante la pandemia. Hemos dicho que enfrentamos dos virus: La dictadura de Maduro y el Coronavirus. La cura de ambos debe ser abordada urgente y simultáneamente. Superarlos solo será posible con una cooperación y asistencia financiera internacional robusta que será viable si establecemos un Gobierno de Emergencia Nacional que aplique un plan de emergencia y nos conduzca a una transición democrática creíble y verificable. El liderazgo internacional debe reafirmar su compromiso en acompañar a nuestro pueblo a levantar, ahora y para siempre, el distanciamiento social antidemocrático que ha generado la peor tragedia de nuestra historia desde el siglo XX.
Para Venezuela la normalidad no vendrá cuando se logre mitigar la pandemia. La emergencia humanitaria compleja continuará tal y como hemos descrito en este artículo. La normalidad sólo vendrá cuando llegue la libertad. Ya el mundo, especialmente Europa y España, sabe lo que se sufre frente a un distanciamiento social voluntario. Oramos porque esta dificultad que hoy enfrentamos globalmente permita ratificar las convicciones democráticas y agitar la conciencia moral de todos para que juntos curemos a Venezuela del virus de la tiranía y de la epidemia dictatorial.
Carlos Vecchio es embajador del gobierno interino de Venezuela ante Estados Unidos
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Carlos Vecchio