No es la pandemia la que tiene a los venezolanos montados en la máquina del tiempo. Tampoco son las sanciones impuestas por Estados Unidos y los principales países de Europa. Hace mucho tiempo que analistas e intelectuales insisten en que el régimen ha mandado al país al siglo XIX.
La situación que se vive en el interior del país es de completa desolación. No solamente falta la gasolina y la comida, tampoco hay trabajo y la infraestructura se está cayendo a pedazos. Hace mucho tiempo que los venezolanos de la provincia no saben lo que es el servicio eléctrico constante, mucho menos el agua ni el gas.
Pero de allí a normalizar la escasez y la total destrucción de las empresas que ofrecían los servicios básicos a la población hay mucho trecho. Mucho menos dar recomendaciones y pretender que no son los responsables de que ahora sea la leña un producto de alta demanda y la lluvia la más esperada para poder lavar la ropa y asear la casa.
En el Zulia ya no saben cómo hacer para sobrevivir. No se trata de una exageración. Hace años que los zulianos están a oscuras y además tampoco saben lo que es abrir una llave y que salga agua. Lo mismo ocurre en Lara, en Trujillo, en Carabobo.
El régimen dejó perder el servicio de agua corriente que tan eficientemente llegó a extenderse con los años de la democracia. Cuando se viajaba por las carreteras del interior del país se veían las casitas rurales con sus tanques y los postes con el cableado eléctrico. La riqueza de Venezuela daba para que todos pudieran disfrutar de vivir en un país con un enorme potencial, pero no ese eufemismo de “potencia” que le gusta repetir tanto al mandante.
Ahora no queda nada. Por las tuberías no viaja el agua y por los cables no se transmite electricidad. Los tanques que antes se conectaban a las casas ahora se destapan para que almacenen la lluvia y cualquier palo seco se convierte en leña para las caraotas.
No hay, por tanto, ninguna posibilidad de que el venezolano vuelva a ser productivo. Dentro de poco, su tiempo se le irá en la caza y la pesca, eso si queda algo vivo sobre esta tierra devastada.
Si todos vivieran lo mismo, si un gran desastre natural hubiera arrasado con todo, se podría entender. Pero el que sugiere la leña no debe tener problemas de gas en su casa y mucho menos se baña con agua de lluvia.
En verdad lo que quieren los venezolanos es que después de la danza de la lluvia, salga humo blanco pero de Miraflores.
Editorial de El Nacional