El debate inédito

Que se discuta, partiendo de una invitación del gobierno bolivariano, sobre la corrupción en un país que aparece batiendo récords sobre el tema en el ámbito internacional no deja de ser novedoso, pero no estamos ante el caso de la promoción de un debate insólito sobre un asunto que nos caracteriza como sociedad desde la última década, sino ante la aparición del debate propiamente dicho.

 

País de sorpresas para los forasteros y de extendidos letargos para la ciudadanía, el hecho de que Maduro quiera mover el cotarro con la iniciativa de ponernos a detectar negociados y a pescar funcionarios ladrones con el objeto de señalar sus delitos multimillonarios ante la opinión pública, y ante los jueces (o mejor «sus jueces»), no deja de ser algo excepcional.

 

Pero la primera sorpresa surge por la posibilidad de la existencia de un debate. Como palabra, el debate no ha dejado de estar presente en la escena de la política bolivariana. También como alarde y como alternativa de publicidad, pero jamás como hecho concreto.

 

Durante la gestión anterior la discusión sobre el manejo del Estado se redujo a escuchar la voz del presidente Chávez, quien sentaba cátedra omnipotente sin permitir que nadie le llevara la contraria. Quien osara colocarse en la otra orilla para balbucear opiniones sobre las distorsiones del régimen, y especialmente sobre las vagabunderías, recibía la andanada de sus insultos.

 

Las denuncias sobre corrupción, aún las más tímidas, tenían como respuesta una cascada de dicterios. Chávez invitaba a la discusión como parte invariable de su retórica, pero la ahogaba de inmediato en un río de gritos y maltratos. La prensa que se atrevía a investigar escándalos y negociados era metida en el saco de los apátridas o «apátridos», como dice el general Mata en Margarita.

 

El estilo fue imitado aborregadamente por los ministros y por los oficialistas de la Asamblea Nacional, para que se buscara la imposición de una versión invariable y benigna de la situación del país que no se podía discutir sin el riesgo de convertirse en negación del patriotismo.

 

Ahora Maduro suena la trompeta del debate. Hecho curioso.

 

Pero la diana otrora silenciosa no convoca a hablar de cualquier cosa, sino de la corrupción. Hecho todavía más curioso, si consideramos la mala reputación de estos gobiernos bolivarianos en la maloliente materia y las trabas puestas hasta ahora a quienes han querido ventilarla.

 

Especialmente porque, desde el principio, Maduro quiere enfilar las baterías contra la oposición, es decir, contra quienes apenas manejan escasamente la administración pública en espacios contados y recortados, pero que han sido sometidos, ahora sí con rigor, a la lupa de la Contraloría. En consecuencia un debate, lo que puede considerarse seriamente como debate, tendrá que esperar tiempos más propicios. Revolución bolivariana y debate franco no son sinónimos. Se repelen.

 

Editorial de El Nacional

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