Ian Fleming, un antiguo agente de los servicios secretos británicos en la Segunda Guerra Mundial, comenzó en 1952 a escribir su primera novela, Casino Royale.
Fleming, aficionado a la contemplación de aves, se «estrujaba el cerebro» en busca de un nombre para el agente 007 al servicio de su graciosa majestad, «con licencia para matar». Debía ser breve, carente de romanticismo, anglosajón y muy masculino. Sus ojos se posaron entonces sobre la Guía de pájaros de las Indias occidentales del naturalista James Bond, que tenía sobre la mesa. Había encontrado el nombre perfecto para su protagonista.
Años después, cuando sus novelas ya eran conocidas en todo el mundo, Fleming envió una pequeña nota a la esposa del verdadero Bond en la que ofrecía a modo de compensación «a ella o a su esposo un uso ilimitado del nombre Ian Fleming, con cualquier propósito en el que crean les pueda servir». Sin duda un trato justo.
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