En unas cuantas líneas el dueño de los Rojos de Cincinnati, Bob Castellini, sintetizó lo que significó Pete Rose, fallecido el lunes a la edad de 83 años, para el beisbol: “Fue uno de los competidores más feroces que este deporte haya visto jamás, y todos los equipos en los que jugó fueron mejores gracias a él. Pete era un Rojo de pies a cabeza. Nadie amó el juego más que Pete y nadie amaba a Pete más que la Nación de los Rojos. Nunca debemos olvidar sus logros”.
Y sus logros son, quizás, imbatibles: más juegos que cualquier otro pelotero (3.562), más apariciones en el cajón de bateo y más turnos al bate (15.890 y 14.053) y, la marca de las marcas, 4.256 hits. Cuando pegó el hit 4.192 de su longeva carrera de 24 años para dejar atrás la legendaria figura de Ty Cobb, el 12 de septiembre de 1985, la multitud del Riverfront Stadium de Cincinnati, su ciudad natal, lo aplaudió cerca de diez minutos. Cobb y él son los únicos en la historia del beisbol de las Grandes Ligas estadounidenses en superar los 4.000 batazos inatrapables.
Los impresionantes registros de Rose como bateador no lo llevaron, sin embargo, al Salón de la Fama. En 1989 una investigación de la MLB reveló que había apostado en juegos de beisbol mientras aún se desempeñaba como manager de los Rojos. Nunca lo hizo contra su equipo ni hubo indicios de que hubiera arreglado un partido, pero la violación de la regla lo inhabilitó para cualquier reconocimiento de las ligas mayores. Una severa, y controversial, decisión que se ha mantenido inalterable.
Para los que lo vieron jugar en Estados Unidos y en Venezuela —fue parte de los Leones del Caracas en la temporada 1964-65—, Rose se grabó en la retina como la viva imagen de la intensidad en un campo deportivo. “No recuerdo que quisiera ser otra cosa que un jugador de beisbol”, le confió al biógrafo David Jordan según esta nota del portal de la MLB. El afamado columnista de Los Ángeles Times, Jim Murray, citado en un artículo de ESPN, lo describió tan instintivo como un perro de caza: “Había nacido para cazar o, en su caso, para jugar beisbol. Nunca quiso hacer otra cosa. Nunca pudo hacer otra cosa”.
Cosechó títulos de bateo (3), de Serie Mundial (3), 10 temporadas con más de 200 hits, lo que es una barbaridad, fue el emblema de la rutilante Gran Maquinaria Roja de Cincinnati de mediados de los setenta del siglo pasado, y siempre hizo honor al apodo de Charlie Hustle que se ganó por su pasión competitiva desde sus primeros entrenamientos primaverales en 1963, temporada en la que fue electo como el mejor novato.
Dos imágenes de Rose, que han vuelto ahora a circular, prueban su entrega total al juego. Una, durante el Juego de Estrellas de 1970 cuando anotó la carrera de la victoria en la entrada 12 llevándose por delante al catcher Ray Fosse, que nunca volvió a ser el mismo jugador y, la otra, ya con 40 años edad, en la Serie Mundial de 1980 cuando un elevado de foul rebotó de la mascota del receptor Bob Boone y cuando parecía que caería al piso apareció Rose para concretar el out. Los Filis, su equipo de entonces, conquistaron su primera Serie Mundial.
“Caminaría por el infierno con un traje empapado en gasolina para seguir jugando al beisbol”, dijo Rose más de una vez. Feroz se queda pequeño.
Editorial de El Nacional