Las agencias internacionales, entre ellas la AFP, le dieron la debida relevancia al final del juicio abierto por el Estado francés contra el venezolano Ilich Ramírez, alias Carlos, o el Chacal. La condena a cadena perpetua estuvo fundamentada en cuatro atentados llevados a cabo en territorio francés hace aproximadamente 30 años, con un saldo de 11 muertos y 150 heridos.
Vale la pena recordar la hipocresía y el cinismo del gobierno bolivariano que por boca del presidente Chávez ofreció toda la solidaridad política y la ayuda económica para mejorar las condiciones a que estaba sometido el prisionero, a sabiendas de que la justicia francesa es dura y estricta cuando se trata de combatir el terrorismo en su país, y más si hay ciudadanos franceses heridos o muertos por estas acciones.
A pesar de ello, Chávez insistió en calificarlo de camarada de lucha y dejó entrever no sólo que prestaría ayuda económica para los gastos de los abogados de Carlos sino que podría gestionar que cumpliera parte de su pena en una cárcel venezolana. Pero las autoridades francesas no cedieron ante las presiones del Presidente ni de su familiar enchufado en la embajada de Francia como embajador.
Tanto los abogados de Carlos como él mismo se dieron cuenta de la maniobra de propaganda que los bolivarianos estaba haciendo con su figura y procedieron a hacer un reclamo público por el incumplimiento de las ofertas de ayuda oficiales, de la negativa a contestar sus cartas dirigidas a los funcionarios de la embajada y el mismo Presidente de la República y del rechazo del cónsul y del embajador a entrevistarse con él, lo cual es un derecho que tiene cualquier venezolano detenido en el exterior.
Lo que llama la atención es que sabiendo muy bien (por los informes cubanos y rusos) sobre las peligrosas y sangrientas andanzas de Carlos, el Gobierno venezolano haya montado ese show para engañar descaradamente a la opinión pública nacional e internacional. Se necesita mucho cinismo para actuar de esa manera.
Por fortuna, tanto los medios de comunicación como los investigadores y veteranos del espionaje ahora retirados aportaron la información suficiente que definía claramente esta “figura del terrorismo internacional de los años 70 y 80”.
Los venezolanos que vivían en París lo conocían pero no lo suficiente hasta que una noche, durante una fiesta en un pequeño apartamento irrumpieron un agente francés de los servicios antiterroristas y un ex compañero de Carlos pasado al enemigo.
El venezolano pidió permiso para buscar su abrigo donde ocultaba una pistola y al acercarse a la puerta mató sucesivamente al agente y al traidor. Luego bajó las escaleras y dio cuenta del chofer de la patrulla que esperaba afuera en la calle. Desapareció en las sombras y se convirtió luego en una leyenda del terrorismo. Los agentes franceses lo capturaron gordo y borracho en Sudán. Sus amigos lo habían vendido porque ya era una molestia.
Editorial de El Nacional