Marx y Engels se equivocaron acerca de muchos temas, pero hubo un asunto muy importante sobre el que apuntaron bien y atinaron: la fuerza avasallante del capitalismo como modo de producción. De hecho, tal vez las mejores páginas de la vasta obra de estos titanes del pensamiento, tan errados como influyentes, se encuentran en el Manifiesto Comunista, cuando analizan la extraordinaria capacidad del capitalismo para extenderse por todo el planeta, transformando de raíz sociedades enteras, uniendo continentes y proyectándose hacia un porvenir de inusitadas convulsiones. Como sabemos, Marx y Engels creyeron que este proceso conduciría, prácticamente a la vuelta de la esquina, a un choque frontal entre los dueños del capital y las masas empobrecidas del proletariado, que “no tendría más que perder sino sus cadenas”, impulsando por ello la revolución, el cambio hacia el socialismo y la marcha final hacia el destino comunista de la humanidad.
Las cosas ocurrieron de otro modo, pero ello no menoscaba intuiciones marxistas que su propio autor, en ocasiones, procuró ocultarse a sí mismo: el capitalismo tiene más vidas que un gato, combinando en sus entrañas la codicia, la innovación y ese factor revolucionario que más tarde Joseph Schumpeter denominó “destrucción creativa”, es decir, la capacidad del capitalismo para arrasar lo existente y a la vez construir nuevas posibilidades.
Nuestro planteamiento en estas breves notas es el siguiente: la Tierra entera está ingresando a una nueva etapa del capitalismo. Eso parece bastante obvio y ríos de tinta se vierten a diario para desentrañar sus peculiaridades. Sin embargo, tal vez no se ha resaltado con la debida intensidad un rasgo clave de esta nueva versión de las siete vidas del gato. Nos referimos a que con su nueva vestimenta el capitalismo está logrando, sin que se trate de una conspiración o del producto de la deliberación de algunos, sumar a los enemigos de antaño, la izquierda internacional, a su defensa. Tal resultado se debe a que las luchas de los actuales justicieros sociales no se fundamentan en lo esencial, como acontecía en el pasado, es decir, en la confrontación contra las estructuras materiales del modo de producción capitalista, sino que tienen lugar en un ámbito ideológicamente gelatinoso, que para sintetizar llamaremos el “progresismo cultural” o la ideología “progre” o “woke”, que ahora mismo hace furor en Estados Unidos y se extiende como una pandemia intelectual en Europa.
Las luchas sociales se han transformado en reivindicación de identidades sexuales, de género, raciales, que se desarrollan en espacios cerrados y colocan en lugar prioritario la subjetividad de cada individuo, distanciándose de los movimientos colectivos que antes se traducían en partidos políticos y enfrentamientos de masas. Lo que pasa es que este individuo que ahora se yergue como el Alfa y el Omega de la historia, el eje irrefutable de la verdad absoluta, es en verdad una mosca volando en un espacio sin oxígeno, que transmuta sus esfuerzos en un gesto impactante pero fútil, dejando intactos todos los pilares del dominio del capital. Se acrecienta el peso de las corporaciones, aumentan los monopolios, la riqueza se concentra más y más en pocas manos, las tecnologías comunicacionales potencian un pensamiento difuso y alientan a la gente, átomos que no se coordinan, a desatar sus furias en función de satisfacciones que, sin ser menospreciables en sí mismas, no son políticas propiamente dichas. Son un teatro relevante pero carente de pegada con relación al capitalismo como tal.
Entretanto, los grandes medios de comunicación occidentales, contaminados hasta los tuétanos por la gelatinosa ideología “progre” de estos tiempos, actúan como militantes de una causa, arrojando por la borda cualquier sentido de imparcialidad u objetividad en la transmisión y comentario de noticias, y sirviendo sin pudor alguno los intereses de las corporaciones y del gran capital financiero, en estrecha sociedad con los centros vitales de las nuevas tecnologías.
A todo ello se ha sumado el covid-19 y sus profundas consecuencias sociales, una pandemia que junto con la robótica, la Inteligencia Artificial, y los instrumentos individualizados de la época informática, como los teléfonos inteligentes, acrecienta la separación de las personas, acentúa la destrucción del empleo y elimina gradualmente la cercanía física, encerrándonos en nuestras casas, cada individuo una subjetividad impotente.
Lo clave, creemos, es observar la dura resistencia del capitalismo como modo de producción, que una vez más arrasa con su fuerza aplastante las estructuras socioeconómicas tradicionales, pero esta vez añadiendo a su vitalidad las energías de los que, en otro tiempo, habrían sido sus adversarios declarados. Tales enemigos son hoy lo que Mao Tse-tung, el líder comunista chino, llamó meros “tigres de papel”.
Editorial de El Nacional