Ya todos los venezolanos saben que a Nicolás Maduro no le cuesta nada mentir. Lo hace con el mayor descaro y pareciera que hasta se cree lo que dice. Ahorita está muy contento con el último aumento salarial que decretó y con la nueva tabla de sueldos para los docentes. Menos mal que el gremio nunca ha tenido miedo de desenmascararlo.
“Todo trabajador o trabajadora tiene derecho a un salario suficiente que le permita vivir con dignidad y cubrir para sí y su familia las necesidades básicas materiales, sociales e intelectuales”, esto está establecido en el artículo 91 de la Constitución, y es la base de la queja de todos los docentes en el país, pues la tabla de escalas salariales publicada por el Ministerio de Planificación (ni siquiera el de Educación) es violatoria de este mandato de la carta magna.
Para no pecar de tremendistas, los docentes ponen solo un ejemplo. El rango más alto de salario es para un profesional con 21 años de servicio y que trabaje 53 horas semanales, que devengaría casi 140 dólares mensuales. Claro, cualquiera diría que pasar de 5 dólares a esta cifra es un aumento significativo. Pero si se toma en cuenta que el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros señala que la canasta básica familiar de febrero se ubicó en 454,93 dólares, ¿son suficientes 140 dólares? No pierda de vista, amigo lector, que esta es la última escala salarial; no todos los docentes ganarán eso, es más, la mayoría tienen cargo de instructores o asistentes y no llegan a los 100 dólares.
Lo otro es la modificación de las bonificaciones que ya estaban establecidas en los contratos colectivos vigentes. El ministerio decidió rebajarlas y algunas hasta desaparecerlas. Además, los docentes con toda razón se quejan de que esta tabla fue impuesta, pues nunca fue presentada a los representantes gremiales ni discutida con los más interesados.
Con todo y eso, Maduro llama a los docentes a retomar las clases presenciales. Por supuesto que ni repara en el hecho de que muchos no tendrán ni cómo pagar el transporte que los lleve a sus sitios de trabajo. Son los educadores los que tienen que lidiar con esta realidad a la que se le suman las terribles condiciones de trabajo en escuelas destartaladas, sin servicio de agua ni luz, en donde tendrán que ser testigos de la desnutrición de sus alumnos.
En los países desarrollados los profesionales de la educación son tratados como el eslabón más importante del tejido social. Para los docentes se destinan los mejores salarios y las escuelas son la prioridad. En cambio, en los regímenes totalitarios en los que prefieren tener a las masas sin educación para poder dominarlas, los maestros son un peligro, y por eso siempre tratan de destruirles la moral. En Venezuela hay todavía maestros que tienen una verdadera vocación y que están dispuestos a darlo todo por sus estudiantes. Ojalá la sociedad toda los acompañe en sus exigencias.
Editorial de El Nacional