Reseña El País de España, en nota publicada en su edición del pasado miércoles 17, que el seguimiento informativo del sitio y ejecución de Oscar Pérez y sus hombres adquirió matices surrealistas cuando un presentador del canal oficial –el canal de todos los venezolanos en el que solo tienen cabida los rojos, la aclaratoria es nuestra–, sobre imágenes de archivo de una apacible plaza Francia, afirmaba que la población caraqueña era indiferente a lo que estaba pasando.
Para más inri, el periodista mostró un trino, colgado por él mismo, que rezaba “indiferencia total”. Obviaba Boris Castellano, que así parece llamarse el sujeto de marras, que el cobre se batía lejos de Altamira, en El Junquito. Y es de suponer que lo obviaba adrede. Porque se lo ordenaron. O porque estaba en el ajo.
Más que a una performance surreal, el país asistió atónito a un acto de obstinada negación de la realidad que intentaba minimizar el impacto de los videos difundidos por el emboscado a través de las redes sociales y que se hacían virales al instante, pues se trataba nada más y nada menos que de la transmisión en vivo y en tiempo real de una capitulación no aceptada y una ejecución anunciada de un puñado de hombres que se sabían condenados de antemano; no obstante, su jefe pudo dejar constancia del brutal asedio de fuerzas que les superaban muchas veces en número y armamento.
El desigual combate, que devendría en masacre llevada a cabo por verdugos encapuchados de negro, como patibularios ejecutores de película –psicópatas agrupados en pandillas que se hacen llamar colectivos–; efectivos de las Fuerzas de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana, disfrazados de Robocop, y sus pares de la guardia pretoriana nacional, también robotizados y también bolivarianos –no se cansan de enlodar el apellido de Simón–, se prolongó por 8 angustiantes horas, pero fue olímpicamente ignorado por quienes se dicen defensores de la información veraz y oportuna. Así debía ser.
Presentaba Maduro ante la espuria gallera constituyente (anc, en minúsculas por favor) su (des)memoria de puros cuentos chinos y de caminos; cuentos en los que el país ha alcanzado tal suma de bienestar que únicamente Cuba podría disputarle el liderato de la felicidad.
Ya ni siquiera vale la pena insistir en el carácter goebbeliano del discurso madurista. Ningún sentido tiene señalar sus embustes porque, la verdad verdadera, nadie en su sano juicio puede soportar sus aburridas cadenas de mentiras que adormecen hasta a los pobres camarógrafos.
Pero, ni el aburrimiento ni las falacias podrán librar al señor Maduro de su incumbencia en el homicidio del Oscar Pérez. Un gang a su servicio ajustició a gente dispuesta a entregarse, a la que se le negó tal posibilidad.
¿Por qué –la pregunta no es retórica–, finalizada la sangrienta y asimétrica contienda, el mandamás rojo felicitó a los perpetradores del crimen extrajudicial, lavándose las manos y exonerándolos de culpabilidad en la masacre que, gracias a las redes sociales, la hegemonía mediática no pudo ocultar?
Editorial de El Nacional