Begoña Gómez y Pedro SánchezBorja Sánchez-TrilloAgencia EFE
Sánchez tuvo la ocasión de resignar la responsabilidad con cierto decoro para preservar al menos la dignidad de la Presidencia y afrontar en familia y liberado el futuro y la rendición de cuentas. Ha elegido atrincherarse
Como los púgiles aturdidos y tambaleantes que son incapaces de conservar una guardia alta, el Gobierno se mantiene abrazado al lema de «no hay nada» contra la embestida del capítulo diario del culebrón de la corrupción que lo señala. Y con cada uno de esos «no hay caso», al que se aferró de nuevo Sánchez desde la India, se refrenda no ya la simpleza y la futilidad del soniquete oficialista contra una instrucción competente avalada por magistrados de tribunales superiores, sino que se refuerzan los indicios racionales y la convicción de que las conductas sospechosas de la esposa del presidente y de su entorno merecen ser investigadas hasta el final sin aventurar el desenlace y bajo la cobertura del derecho a la presunción de inocencia. Pero más allá de todas las prevenciones inherentes al estado de derecho, la realidad de Begoña Gómez y por ende de Pedro Sánchez se ensombrece y recrudece con el progreso de las pesquisas, y no al contrario como alientan con angustia desde los terminales del poder. La bola no para de crecer.
El juez Juan Carlos Peinado ha imputado a Begoña Gómez dos nuevos delitos –apropiación indebida e intrusismo– tras admitir a trámite una querella por el uso que hizo del software para empresas que desarrolló en el marco de su cátedra en la Universidad Complutense. La investigada suma así dos nuevos delitos a los de tráfico de influencias y corrupción en los negocios. El fallo del juez parece de manual después de verificar que se inscribió a favor de una particular «la marca TSC Transformación Social Competitiva y, posteriormente, del software», «que había sido financiado por empresas, pero siempre para la Universidad Complutense de Madrid». Es decir, que Begoña Gómez registró a su favor un bien ajeno, en este caso de una entidad pública. Hay que respetar los tiempos judiciales y confiar en la labor rigurosa y sobria del instructor Peinado sometido a un linchamiento desconocido en democracia por el Gobierno con el que se ha intentado dinamitar el proceso mediante querellas insidiosas y arteras con la Abogacía del Estado como brazo ejecutor. Lo quiera admitir o no, Sánchez, su esposa y su gobierno se encuentran en una encrucijada imposible. Nada de colaboración con la Justicia ni media explicación sobre las conductas irregulares en un comportamiento propio de sospechosos y no de quienes nada tienen que ocultar. No existe silencio que soporte en pie esta merecida tormenta de descrédito y deshonor.
Hace tiempo que Sánchez tuvo la ocasión de resignar la responsabilidad con cierto decoro para preservar al menos la dignidad de la Presidencia y afrontar en familia y liberado el futuro y la rendición de cuentas. Ha elegido atrincherarse en la Presidencia mientras desdeña el procedimiento con peroratas prevaricadoras contra el juez y sermones de opereta sobre la ultraderecha en una guerra sucia que lo retrata. La historia no será clemente con él cuando culmine su huida en dirección al abismo.
Editorial La Razón de España