T al como le enseñó su padre Maduro ha optado por el discurso de la violencia para enfrentar cualquier situación.
No importa lo desairado que sea con tal de que se suponga que no tiene miedo y se hará respetar él y su gobierno. Guapo el muchacho, tiene que decir el auditorio.
Eso da buen resultado piensa, quince años de poder son la prueba más elocuente. Y mira que el Eterno insultó gente: presidentes locales y extranjeros, cardenales y obispos, magistrados y jueces, candidatos presidenciales, artistas y pensadores laureados, dueños de medios y periodistas, etc., etc.
Todo eso tiene mucho de verdad. Pero Maduro debería estar consciente de que la experiencia que está haciendo es, como todo en esta vida, diferente a la de Chávez. Al menos en un punto fundamental: si bien el Comandante de los comandantes tuvo altas y bajas en sus niveles de popularidad, y hasta perdió elecciones, siempre tuvo un núcleo de respaldo cercano a la mitad del país. Y, en el exterior, chequera que camina de por medio, logró hacerse de algunas fortalezas ciertamente. Por ello, aunque destempladas o vulgares, sus palabras gozaban de una solidez que le aseguraba al menos condescendencia de muchos auditorios y sólo rara vez lo mandaban a callar.
La diferencia con el Heredero, poniendo aparte muy claras inferioridades políticas, histriónicas y retóricas de éste, es que su aceptación viene en un vertiginoso descenso, hasta el límite de ese rechazo de 85% de sus connacionales, como dice la última encuesta de Datanálisis.
Que de ser exacto lo colocaría más o menos al nivel de aquel Pérez moribundo políticamente, al borde de su decapitación.
Y con respecto al mundo exterior es un mandatario acosado desde los más diversos ámbitos, comenzando por los de más alto rango como la ONU. Y en eso cuenta, entre otras cosas, que ya la chequera no tiene los frondosos fondos de un petróleo preciado como nunca, que fueron irracional e irresponsablemente dilapidado por padre e hijo, por ignorancia, por delirios de grandeza y por ceguera y complicidad ante corruptos muy voraces.
El espectáculo del débil aparentando fortalezas y respaldo que no tiene es un espectáculo lamentable y muchas veces risible. Pero, sobre todo, muy peligroso. Se corre el peligro de recibir un buen tortazo de parte de los ofendidos y el abucheo de la audiencia y, también, por supuesto, el de un nocaut. Pongamos un ejemplo, es posible que las eventuales sanciones del Congreso y la Presidencia de USA no sean ni muy pertinentes, ni eficientes ni oportunas. Y un político hábil podría manejarlas con destreza, sacarles provecho. Pero cuando Maduro llama asesino a Leopoldo López puede que alebreste a algunos gritones de la galería pero ante la opinión razonante, de aquí y de allá, está escenificando justamente aquello de lo que se le acusa: tener una justicia sumisa y corrompida que sólo cumple sus designios, dictando sentencia inapelable, y que Leopoldo no está sujeto a las formas de un juicio regular sino que es su enemigo político y eso basta. O al hacerle esa estrafalaria y risible acusación al gobierno español, vía Aznar, no cae en cuenta de que está sumando aislamientos y está provocando a una Europa hasta ahora mirando a distancia sus inarticulados movimientos.
Si el país sufre de cercos económicos, que son en realidad hechura endógena, y de acusaciones de graves delitos contra los derechos humanos, que es cosa grave en esta hora del mundo, y si vamos camino del infierno económico, ya, en pocos meses, pareciera tener el primer magistrado una fuerte tendencia a apurar la cicuta y, de paso, hacernos la vida muy difícil al resto de los venezolanos.
Fernando Rodríguez