E n un informe de la ONG Expresión Libre se hace un recuento abrumador sobre los ataques a la libertad de expresión en el país solo en el mes de enero. Desde los reporteros presos por tomar fotografías de las colas inhumanas en automercados y farmacias hasta la venta de Notitarde a algún boliburgués, quién sabe si testaferro; del anuncio de la desaparición de Tal Cual como diario a las absurdos arrestos del legalista Cabello contra tres medios locales por dar una noticia globalizada donde no aparece muy airoso; de las censuras de El Universal al despido de periodistas de otros medios. Una verdadera andanada de desafueros en este primer mes del año que, además, entre nosotros es muy corto.
Agresiones y mutilaciones que debemos sumar al pesado legado de lustros de incesante acoso y agresión a nuestros derechos a pensar y expresar, y concluir que parece consumarse cada vez más la anunciada y pregonada hegemonía comunicacional del régimen despótico. Lo que la hace, por lo pronto, un problema político prioritario para la acción opositora. En especial en un año electoral y enfrentados a un gobierno que no se muestra dispuesto a solucionar la aterradora crisis nacional con inteligencia y consensos sino con represión y amordazamiento.
Esta situación es tarea prioritaria y, partamos de ahí, enfrentable y superable.
Las dictaduras clásicas lograron, por lo general, manejar todos los medios de comunicación y monopolizar la circulación de mensajes de cualquier índole, hasta la cultura o la educación. Pero no alcanzaron a acallar las voces de la historia que terminaron por derrocarlas. Y no es nuestro caso, por estrechas que se hayan hecho nuestras posibilidades de acceso al orbe mediático.
Nosotros diríamos que si muchos medios masivos han terminado por venderse o arrodillarse ante los poderosos y los nóveles e improvisados propietarios actuales tienen conminantes mandatos que cumplir, se ha evidenciado que por razones contundentes, básicamente no perder del todo las audiencias constituidas, han optado por proclamarse «objetivos» y ceder algunos espacios, más o menos estrechos, en los cuales hay que moverse, como han hecho periodistas y políticos. Los valientes documentos contra la censura hechos públicos por periodistas de El Universal son paradigmáticos de la lucha en esos campos minados.
Pero esta situación general, que ciertamente limita el poder comunicacional de los opositores, obliga a repotenciar el contacto cara a cara, por lo demás tan poderoso, que es función esencial de los partidos políticos, tantas veces tentados y sometidos en demasía por el poder de los medios masivos. Esto se puede y se debe hacer. Para no ir muy atrás recuérdese la admirable campaña presidencial de Henrique Capriles y, por supuesto, la de Hugo Chávez del 98.
Y, por último, tenemos nuevas armas tecnológicas con un inmenso potencial comunicativo, las redes, con las cuales no contaron opositores de otros días. Ellas tienen sus propias reglas para hacer consensos y vincularse con la acción, aluvionales y semovientes ya que parten de emisores innumerables y libérrimos, pero sin duda abren una interacción comunicacional que se demuestra cada vez más poderosa y a la larga humanamente más legítima y realmente democrática.
Allí debemos poner muchas de nuestras expectativas y finalidades.
Como se verá hay bastante por hacer para no terminar afónicos o tartamudos en momentos tan dramáticos como los que vive el país.
Fernando Rodríguez