El acceso a la comunicación y la libertad de expresión, en Occidente en general, están mucho más extendidos que décadas atrás.
El ChatGPT, tan popular en estos tiempos, es uno de los sistemas de creación automática de textos más extendidos, y lo hace a partir de información en la web, por lo tanto, es obvio que contiene datos falsos. El problema radica en que estas tecnologías tienen la capacidad de multiplicar contenidos (verdaderos y falsos) a una velocidad irrefrenable y por ello pueden utilizarse como armas de desinformación.
Los medios se rigen por la llamada “tiranía de los likes”, y los comunicadores también recurren a la composición de mensajes y fórmulas que garantizan el éxito, que se mide en reacciones. Una de las consecuencias es una alarmante estandarización de la información digital para sostener esas audiencias.
Al presentar los riesgos futuros para la humanidad, el analista de política global Ian Bremer consideró que la desinformación florecerá y la confianza se erosionará aún más: “Seguirá siendo la moneda central de las redes sociales que, en virtud de su propiedad privada, su falta de regulación y su modelo de negocio que maximiza la participación, son el caldo de cultivo ideal para que los efectos disruptivos de la IA se vuelvan virales. Estos avances tendrán efectos políticos y económicos de largo alcance”.
¿Dónde nos llevan los algoritmos? El problema no son los algoritmos en sí, sino la falta de su uso crítico y de la conciencia de las consecuencias de que los algoritmos moldeen nuestra cotidianeidad y, por lo tanto, de lo que los ciudadanos entendemos por realidad y verdad.
¿Qué pasa con los medios tradicionales que durante décadas fueron confiables para el público medio? Son atacados por muchos líderes globales, que suelen hablar de “medios de noticias falsas” para negarles la credibilidad.
Según el Digital News Report del Reuters Institute, solo el 40% de la gente sigue confiando en la información de los medios tradicionales.
Muchas figuras globales poderosas aprovechan las redes sociales para generar desconfianza en los medios tradicionales y difundir sus propias narrativas construidas para el formato de redes. El reciente anuncio de Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y propietario de Meta, de que abandonaría la verificación externa de los contenidos confirma algo que ya conocemos: en las redes sociales cuentan las opiniones, no los hechos.
¿Cómo superar la crisis de la información? En principio, para recuperar la confianza, los medios de comunicación deben demostrar a diario su independencia y practicar un periodismo que no priorice la polémica sino que presente las ambigüedades, aporte el contexto de las noticias y compruebe los hechos antes de darlos por ciertos.
En cuanto a los ciudadanos de a pie, lo que intentamos es evitar la manipulación y la propagación de información falsa. En septiembre pasado, durante la IV Cumbre Global sobre Desinformación –organizada por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), Proyecto Desconfío (Argentina) y la Fundación para el Periodismo (Bolivia)– se impulsó un enfoque multidisciplinar donde intervengan medios de comunicación, plataformas tecnológicas, el sector académico, las organizaciones multilaterales y la sociedad en su conjunto para resolver el desafío de la desinformación en las democracias contemporáneas.
Un nuevo chatbot surgido de la startup china DeepSeek, tiene un costo mucho menor que sus predecesores, y por lo tanto una capacidad mayor de acelerar la carrera tecnológica de la inteligencia artificial. Casi en simultáneo el Vaticano dio a conocer la Nota Antiqua et Nova, en referencia a la antigua y nueva sabiduría, que analiza la relación entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana. “Contrarrestar las falsedades impulsadas por la IA no es solo trabajo de expertos de la industria: requiere los esfuerzos de todas las personas de buena voluntad”, afirma y advierte sobre la “profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones interpersonales” asociadas a estas nuevas tecnologías.
En definitiva, se torna vital alimentar un enfoque crítico respecto de la información que consumimos y también de la que compartimos. La suma de educación, tecnología y ética social puede ser el mejor antídoto para las disyuntivas contemporáneas vinculadas a la información.
Revista Criterio