La muerte de Vargas Llosa marca el fin de una era en la que los latinos brillaron con su forma de contar historias.
No es fácil determinar en dónde empezó el llamado ‘boom’ latinoamericano, pero, luego de la muerte de Mario Vargas Llosa, se ha estado decretando su final. A fin de cuentas, Vargas Llosa no solo era su último representante del grupo literario, sino que él mismo reconoció, en la edición de la Feria del Libro de Guadalajara de 2016, que su papel era despedirse en nombre del movimiento que puso a la región en el mapa del mundo: “El ‘boom’ ya no existe, y yo soy en cierta forma el último sobreviviente y me toca el triste privilegio de tener que apagar la luz y cerrar la puerta”, dijo.
No es fácil determinar el comienzo del ‘boom’. Hay quienes piensan que empezó hace más de cien años con la aparición de voces modernistas como las del cubano José Martí, el nicaragüense Rubén Darío o el colombiano José Asunción Silva. Hay quienes se remontan a los trabajos vanguardistas del argentino Jorge Luis Borges, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el cubano Alejo Carpentier, el uruguayo Juan Carlos Onetti y el mexicano Juan Rulfo. Pero lo más usual es centrar el estudio del movimiento en una generación de escritores memorables que se abrió paso en la turbulenta década de los sesenta.
Podría hablarse de ‘La ciudad y los perros’ (1962), del peruano Mario Vargas Llosa; ‘La muerte de Artemio Cruz’ (1962), del mexicano Carlos Fuentes; ‘El coronel no tiene quien le escriba’ (1962), del colombiano Gabriel García Márquez, y ‘Rayuela’ (1963), del argentino Julio Cortázar, como los cuatro puntos cardinales en donde empieza el ‘boom’: se trata de obras brillantes e irrepetibles cargadas de rebeldía tanto desde lo formal como desde lo político, pero también de la consolidación de cuatro maestros que sacarían a la literatura latinoamericana, definitivamente, de la novela de la tierra del siglo XIX.
Hay muchos nombres más en esa innegable explosión de autores: Neruda, Paz, Arguedas, Roa Bastos, Cabrera Infante, Uslar Pietri, Donoso. Resulta importante reconocer a los genios que vinieron después: Hernández, Puig, Sarduy, Monterroso, Bryce Echenique. Se han estado recobrando las voces femeninas –Cristina Peri-Rossi, Elena Garro, Elena Poniatowska, Luisa Valenzuela, Albalucía Ángel, Nélida Piñon, Clarice Lispector, entre muchas más– que también lo cambiaron todo mientras el mundo de la cultura se resistía a las lógicas de la Guerra Fría, ponía el pecho a las dictaduras e iba de la ilusión a la desilusión ante la revolución de los cubanos.
Ahora que se han ido, no cabe duda de que fueron maestros. Fundaron, cada uno por su lado y todos juntos, un modo de novelar estos tiempos
Pero suele hablarse del éxito de esos cuatro autores, éxito crítico y comercial, cuando se habla del ‘boom’.
Ahora que se han ido, no cabe duda de que fueron maestros. Tuvieron la suerte de contar con el respaldo maravillado de la industria editorial desde Barcelona hasta Buenos Aires. Pero también fundaron, cada uno por su lado y todos juntos, un modo de novelar estos tiempos. Durante años, convertidos en mentores y consejeros políticos de los gobiernos de sus naciones, les hicieron sombra a los autores del pasado y los autores que vinieron, pero hoy son un patrimonio en común al que seguirán acudiendo los lectores que busquen la respuesta a las preguntas por quiénes hemos sido y quiénes somos.
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