La Casa Blanca anunció el sábado pasado que el presidente Donald Trump se someterá este mes a su examen físico anual de rutina en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed. El líder republicano es el presidente de mayor edad (78 años, 7 meses y 6 días) en llegar a la Casa Blanca, superando a su antecesor Joe Biden. La edad fue un elemento determinante en la campaña electoral estadounidense, que llevó a los votantes a dudar de la capacidad del presidente demócrata para un segundo mandato presidencial. Y finalmente renunció a su candidatura, aunque, como se vio, demasiado tarde para evitar la debacle electoral.
Un Biden de caminar lento y habla confusa, como se mostró en el primer debate presidencial, contrastaba desfavorablemente con el enérgico y vociferante Donald Trump. Pero aun así es poco lo que se sabe de la salud del 47 presidente de Estados Unidos. Su comportamiento en los primeros 40 días de mandato, y ese último episodio en la Oficina Oval de la Casa Blanca cuando recibió y zarandeó al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, pudieran llevar a preguntarse si Donald Trump está en sus casillas, se salió de ellas completamente o si su actuación forma parte de una estrategia de negociación que se guía por otros estándares menos usuales.
La imprevisibilidad es un rasgo inocultable del actual presidente de Estados Unidos, pero que en el pasado emplearon con éxito Richard Nixon y Lyndon B. Johnson, como ilustra Jesús Ollarves Irazábal, doctor en Derecho y experto en derechos humanos, en un reciente artículo para El Nacionalen el que aborda la estrategia del “hombre loco”. La idea detrás de esa argucia es disuadir al adversario de actuar de manera agresiva, indica Ollarves Irazábal, porque su contrario —Nixon, Johnson o Trump— con su modo errático de actuar puede resultar más peligroso y, a la vez, más efectivo en una negociación.
Trump, como en otras esferas de su vida pública, se reserva la documentación de su historial de salud, con el mismo celo con el que se opuso en los despachos judiciales tan frecuentados en dar a conocer sus declaraciones fiscales. De acuerdo con un artículo en The New York Times, lo más detallado que se sabe de la salud del hombre más poderoso del mundo data de enero de 2018, su primer examen físico como presidente de Estados Unidos en su mandato anterior. Su presión arterial y la ecografía del corazón arrojaron datos normales, pero su nivel de colesterol era muy alto y su peso está a un pasito de convertirlo en un hombre obeso.
En la campaña electoral de 2016, el médico personal de Trump, Harold Bornstein, difundió una carta en la que afirmaba que la presión arterial del entonces candidato era “asombrosamente excelente” y si era elegido, como lo fue, se convertiría en el presidente más saludable en despachar en la Casa Blanca. Más adelante, el doctor admitió que la carta se la dictó Trump.
Jeffrey Kuhlman, médico que atendió a los presidentes Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, dudó de la salud cognitiva de Trump porque no observa razonamiento en sus expresiones, ni asimila conceptos nuevos. Kuhlman sostiene que los presidentes y candidatos presidenciales deberían someterse a una evaluación neurocognitiva en profundidad, administrada por especialistas independientes, que se repita periódicamente a lo largo del mandato y se haga pública.
El presidente Ronald Reagan, imagen icónica de la fortaleza en la Casa Blanca. fue diagnosticado de alzhéimer seis años después de dejar el cargo. Luego se supo que las primeras señales de la enfermedad se percibieron durante su mandato. Es de suponer, conocido su estilo, que Donald Trump no tiene ni gripe.
Editorial de El Nacional