La historia sigue su curso, y eso es lo único importante. El evento organizado el domingo 25 por el gobierno para tratar de pasar la página de lo ocurrido el pasado 28 de julio e intentar al menos un ligero barniz de legitimación democrática que trate de ocultar su demostrada naturaleza autocrática, resultó tal como todo el país sabía: un estrepitoso y rotundo fracaso. Los venezolanos, sobre quienes tan poco y mal conocen los jerarcas oficialistas, entendieron muy bien la jugada y no se prestaron a ella. La soledad de los centros de votación hizo recordar a más de uno los días de pandemia, y el silencio inteligente de un país altivo se convirtió en un grito ensordecedor de dignidad y rebeldía.
Luego de esa contundente demostración de desobediencia democrática, la pregunta que realmente importa es qué nos toca hacer ahora. En lo inmediato, lo primero es exigir a los líderes de la oposición democrática (la de verdad, no la disfrazada bajo la fachada de partidos judicializados) que no caigan en la trampa de comenzar a atacarse unos a otros, el sector mayoritario que expresó su desobediencia cívica y los pocos que pudieron haber creído de buena fe que participar era una mejor decisión. El enemigo de todos es uno solo, todavía conserva el poder, y hacia él deben estar dirigidos los esfuerzos de cambio político, no hacia los lados.
Pero en segundo lugar, y mucho más importante, es que todos, quienes volvieron con su conducta a demostrar su inmensa mayoría y quienes asistieron a votar, nos unamos para seguir construyendo las únicas dos herramientas eficaces de cambio político que funcionan en regímenes autoritarios: la organización popular y la presión social cívica, constitucional, pacífica y democrática. Sin ellas, tanto votar como no hacerlo carecen de eficacia real, precisamente porque no se está enfrentando a un gobierno democrático. Se trata de hacer del pueblo organizado en torno a sus sindicatos, gremios, asociaciones populares, comunas, movimientos sectoriales y cualquier otro tipo de agrupación y organización social, el sujeto activo del cambio político. Esa, y no otra, es la tarea ahora por hacer.
Editorial de El Nacional