El domingo falleció en Caracas Julio César León a la edad de 100 años y casi 200 días, pionero en 1948 de la historia olímpica del país en una ciudad, Londres, que apenas se estaba recuperando de los estragos, amargos y heroicos, de la II Guerra Mundial.
Su participación fue también una proeza en aquella Venezuela que vivía lo que sería un breve lapso democrático tras décadas de dictaduras militares. Desfiló en el estadio de Wembley, ante una multitud de 85.000 personas, con una bandera que con ayuda de su esposa, Carmen Cubillán, juntó los colores patrios a un palo de escoba. Aquellos juegos fueron los #juegos de la austeridad” y quizás ninguno, entre los atletas de 59 países presentes, más solo y más desasistido que el ciclista trujillano.
El Nacional publicó el 2 de febrero de este año, en el centésimo cumpleaños de León, esta nota del periodista Héctor Becerra, formado en este diario y especializado en la cobertura deportiva, en la que se rememoran las limitaciones de los Olímpicos del 48 en los que los atletas ocupaban antiguos barracones militares ante la carencia de una sede, como luego se haría costumbre. León, que viajó acompañado de su mujer y su entrenador Allegro Grandi, un exciclista italiano que había sido campeón mundial amateur en 1928 y tercero en el Giro de Italia de 1930 y moriría en Caracas en 1973, se alojó en el barco que ocupaba la delegación argentina en el río Támesis.
León venció un montón de dificultades antes de salir a la pista a competir -la reticencia del incipiente Comité Olímpico Venezolano a estar en Londres, un viaje de 30 horas de duración, la precaria ayuda pública y la indiferencia general- que lo harían merecedor a una medalla de oro simbólica que reconociera su coraje y su resistencia. El tiempo se la dio.
El ciclista trujillano abrió el camino para los que vinieron después en un sin embargo aciago desempeño olímpico, en el que la improvisación y la inconsistencia marcan la gestión pública del deporte. Nada apaga, aún así, la alegría de las victorias de otras figuras deportivas, que con tesón alcanzaron el oro olímpico como el boxeador Francisco “Morochito” Rodríguez, el esgrimista Rubén Limardo (precisamente en Londres, en 2012) y Yulimar Rojas, nuestra reina mundial del salto triple.
A León hay que despedirlo como el bravo trujillano que fue, que le metió 600 kilómetros a sus piernas en una bicicleta de las de antes, por rutas enrevesadas, para llegar desde los Andes a la capital siendo un adolescente, porque lo esperaba el sueño de ser un pionero del deporte nacional. Representó, y lo seguirá haciendo, ojalá que por otro siglo, la osadía de un venezolano frente a las dificultades, confiando en su destreza y entrega.
AFP