La amenaza creíble es Donald Trump. Lo identifican así sus adversarios de siempre, también otros que no son, en principio, sus adversarios pero a los que le preocupan los movimientos iniciales del presidente de Estados Unidos e incluso sus más cercanos colaboradores, como Richard Grenell, el enviado presidencial para misiones especiales.
Una de las primeras misiones de Grenell fue su encuentro del pasado 31 de enero con Nicolás Maduro, que permitió la liberación de seis estadounidenses detenidos en cárceles venezolanas. “No le dimos nada”, aclaró en una reciente entrevista con The Epoch Times, un periódico internacional con sede en Nueva York fundado en el año 2000, conservador y anticomunista, vinculado a un movimiento religioso chino.
El enviado de Trump, a quien nombró en 2017 como su embajador en Alemania, admitió, sin embargo, que su sola presencia en el Palacio de Miraflores fue “un regalo”. Grenell contó en la entrevista citada que Maduro tenía una larga lista de preguntas o peticiones. “Miren, no estamos aquí para darles nada. Yo vine a Caracas, estoy sentado en su palacio, estoy sentado aquí pidiéndoles que hagan algunas cosas, y ustedes tienen cámaras alrededor, van a usar este momento, van a decirle a su gente que yo estoy aquí. Y eso es un regalo, mostrándoles a todos a mí aquí. Lo que necesitamos hablar es de una relación diferente”.
No sabemos si se comenzó a hablar de esa “relación diferente” durante el encuentro con el dictador venezolano, pero Grenell le adelantó a The Epoch Times cómo sería: “Estamos claros sobre Maduro y su gobierno, pero Donald Trump es alguien que no quiere hacer cambios de régimen”. El enfoque ahora, añadió, es hacer más fuerte y más próspero a Estados Unidos.
Grenell se siente afortunado de ser un hombre de Trump —aunque la prensa maliciosa de Estados Unidos advierte que su ambición es ser más que un enviado— porque su jefe es una “amenaza creíble”, no de intervención militar, sino de sanciones y aranceles. No la “amenaza lenta” de Joe Biden, que la otra parte sabía que era una “amenaza vacía”. En fin, Trump les hace la tarea más sencilla a sus diplomáticos: no es que argumenten mejor, confía Grenell; no es ni siquiera que estén totalmente convencidos de lo que hacen, no. Simplemente, nombran la soga en la casa del ahorcado.
Grenell, que sube como la espuma, intervino en la reciente reunión anual de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), que congregó a una constelación de “amenazas creíbles”, Javier Milei con su motosierra; Santiago Abascal, que aún no lo es pero no deja de soñarlo; y, por supuesto, Donald Trump, que resumió los “éxitos” de su política migratoria, atacó sin piedad a los medios tradicionales y anunció que está cerca de alcanzar un acuerdo sobre minerales en Ucrania y de recuperar los miles de millones de dólares en ayuda militar al país europeo “en su guerra contra Rusia”. No al revés: de Rusia contra Ucrania.
A la CPAC asistió una representación de Vente Venezuela que, curiosamente, se sumó a las críticas a las “flexibilidades” de Biden. En Estados Unidos es de los pocos países donde hay una coincidencia bipartidista en el apoyo, con sus matices, a la lucha democrática en Venezuela.
Editorial de El Nacional