Gustavo Petro y Pedro Sánchez, dos emblemas del progresismo en español, que se han fotografiado en el Grupo de Puebla, viven un calvario en sus respectivos mandatos. La gestión del presidente de Colombia tiene fecha de caducidad: el 7 de agosto de 2026 tendrá que entregar la banda tricolor, salvo imprevisto mayúsculo. Sánchez, acosado por escándalos de corrupción de hombres que fueron su mano derecha, afirma que llevará su legislatura hasta 2027, sin adelanto electoral, recurso éste muy propio del sistema de gobierno de monarquía parlamentaria que impera en España desde la Constitución de 1978.
Petro ha ido de desatino en desatino desde su llegada a la Casa de Nariño. El primer presidente de izquierda en la historia colombiana fue desprendiéndose muy pronto de figuras políticas e intelectuales que le daban amplitud a su gabinete, porque se atrevieron a exponer dudas sobre algunos de sus planes de gobierno. Optó por refugiarse en su círculo más pequeño y previsiblemente confiable, pero fue precisamente allí donde se gestaron los conflictos más notorios y sorprendentes. El más reciente: la renuncia de la canciller Laura Sarabia, una mujer de apenas 31 años de edad que ha ocupado posiciones de alta responsabilidad en el gobierno de Petro.
Sarabia se despidió con una carta dirigida al presidente en cuyas últimas líneas señala que “Colombia sí puede ser una potencia de la vida”, expresión grandilocuente que suele repetir el mandatario, que exige según la renunciante “unidad, humildad y decisiones valientes”. ¿Careció Petro de tales virtudes? Lo cierto es que la fulgurante gestión de Sarabia siempre estuvo en el ojo público desde que asumió al inicio del mandato la jefatura del gabinete. El presidente la promovió, la descartó, la volvió a llamar y, finalmente, la nombró canciller sin que tuviera experiencia acreditada para un cargo tan relevante. Ahora es ella la que lo abandona, mientras Armando Benedetti, exembajador en Caracas, se enroca en la cercanía del poder como ministro del Interior.
Audios de Benedetti en conversaciones con Sarabia, quien era en principio su subalterna y luego su enemiga, siguen arrojando dudas sobre el financiamiento de la campaña electoral de Petro. Si contaba la verdad, decía el ahora ministro, se hundían todos: “¡Nos vamos presos!”. ¿Cuánto sabrá Sarabia? ¿Hará más que una carta?
A Sánchez le pasó algo parecido con sus estrechos colaboradores por más de una década José Luis Ábalos y Santos Cerdán, ambos exsecretarios de Organización del PSOE, identificados en audios de un reciente informe de la Guardia Civil sobre el reparto de comisiones por trámites de obras públicas. Cerdán, en prisión provisional desde esta semana, fue además pieza clave del acuerdo con grupos separatistas catalanes y vascos para que Pedro Sánchez, sin haber ganado la elección de 2023, pudiera reunir los apoyos necesarios para formar gobierno.
Sánchez está capeando el temporal con su habilidad característica que le ha permitido enfocar la crisis en unas “manzanas podridas» de su partido que traicionaron su confianza, pero nada que perturbe -a su entender- al “mayor gobierno progresista de España”; aunque admite, entre líneas, que si se sometiera a las urnas su obra magna sería rechazada.
Las frases altisonantes andan libres en la acera de este progresismo alejado de las mayorías sociales en favor de particularidades identitarias de diverso signo y color y con notoria ausencia de una visión consensuada del futuro.
Editorial de El Nacional
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