La vida, precaria y sucedida, sigue su rumbo. Las vidas, mejor. Por ejemplo, la de un policía. O un par de ellos, para ajustarnos a esta historia. Una pareja que cumple su rutina diaria. Es cerca del mediodía y podemos suponer que llevan horas en la brega, quizás cumpliendo con la tarea encomendada.
Otra vida más va a encontrarse con la pareja de guardianes del orden público. Salió de la facultad, donde se desempeña como profesor universitario. Quizás haga otras cosas más. Como todos. Como los policías.
Le hacen la señal de que detenga el auto. Lo hace. Le piden sus papeles. Los muestra. Los revisa uno de los agentes. Y, tras una ojeada rápida, le pregunta: ¿usted a qué se dedica?, soy profesor, vengo de la facultad y voy a mi casa. El policía, voltea hacia su compañero, y le dice, encogiendo los hombros: es profesor. Y entonces les devuelve los papeles y le dice al hombre al volante que siga su ruta. “Le íbamos a pedir que nos ayudara con el almuerzo, pero ustedes están peor que nosotros.”
La breve escena, que omite datos de lugar y nombres, circula en chats y en comentarios sobre los comentarios. ¿Cuántas como esta ocurrirán en un día cualquiera en Caracas? Varios, seguro. Cada día, cada hora. No siempre los agentes dirán siga su ruta.
Otros conductores corren con menos suerte. Le piden el teléfono celular, se lo revisan, le preguntan sobre lo que se les ocurra de lo que encuentren, le advierten de la gravedad del asunto. El rostro de la que ya es una potencial víctima, se arruga, se contrae. Pero hay formas de arreglar todo para evitar un traslado perentorio al Helicoide.
El profesor tuvo suerte. Se encontró con un par de policías que saben cómo se bate el cobre. Que las carencias se reparten por igual. O casi. “Entre tu pueblo y el mío/Hay un punto y una raya”, cantaba Soledad Bravo en los setenta. “Esas cosas no existen/ sino que fueron trazadas/para que mi hambre y la tuya/ Estén siempre separadas.”
Los puntos y las rayas siguen ahí. Mi hambre y la tuya se citan en cualquier calle, a cualquier hora. La del profesor y la de los policías. El hambre, como en los textos bíblicos, puede ser, y lo es, de justicia y libertad. Además de física.
La escena junta y reconoce las penurias de uno y otros. Sobre ellas se impone, sin embargo, un toque de solidaridad y de comprensión, que requerimos en cantidades incontables para vencer, ya no los puntos y las rayas, sino los muros de la intransigencia y la indolencia.
Editorial de El Nacional









