Editorial de El Nacional: El mundo se le escapó de la cabeza

Editorial de El Nacional: El mundo se le escapó de la cabeza

El título de esta nota editorial es de Felipe González, el expresidente de gobierno español, el viejo líder -ya tiene 83 años y admite que es un dinosaurio- que aún queda de una época en la que florecía la democracia. En su país y en el mundo. Cuando empezó a gobernar en 1982 España estaba empezando su vida democrática, luego de aprobar en referéndum la Constitución de 1978 que instauró un ciclo político de convivencia diametralmente distinto a la dictadura franquista (1939-1975), que superó un intento de regresión con el asalto al Congreso de los Diputados en febrero de 1981.

Compartió con grandes figuras de la política mundial y contribuyó, y de qué manera, al despegue de la fresca y pujante democracia española, cuyo proceso de transición ha sido tan estudiado y tan alabado, aunque, como en todas las cosas, no por todos de uno y otro lado del espectro político. A ese hombre se le escapó el mundo de la cabeza, porque es un mundo complicado, dice, en el que hay una crisis de la gobernanza democrática.

Fiero, y a la vez ingenioso, crítico de Donald Trump, que cree que sabe todo y no sabe nada, capaz de reunirse dos horas con Putin –“y todos sus hijos…”– y unos minutos con Zelenski, resiente González que Europa no se haga cargo de sus responsabilidades y de su destino, en un escenario en el que la alianza atlántica está mermada y despistada. Se pregunta quién, en el viejo continente, es hoy una voz a escuchar, y no puede aportar un nombre en este mundo de confusiones.

Más militante socialista que simpatizante, observa con preocupación, desde hace tiempo, la pugnacidad de la política española, que tiene, seguro, un efecto sobre la convivencia ciudadana. Propone, medio en medio, medio en serio, que los dos grandes partidos de la democracia española, el Partido Popular y el PSOE, hagan una tregua. “Dos meses, al menos, sin insultos”, para no ser demasiado exigente, dice. Su país, reconoce, crece económicamente pero, y lo lamenta, también aumenta la desigualdad. Pocos ingredientes, pues, para que la democracia española recupere la senda de la serenidad.

“Todo es descalificación y así no se hace política”, insiste. Una oración que habría que repetir e internalizar, en España, y también en Venezuela. Porque, a fin de cuentas, se trata de hacer política, un oficio desprestigiado, siempre ninguneado, pero que requiere habilidad, conocimiento, mesura y firmeza, objetivos claros y sentido ético.

En nuestro país, la política se hace en medio de limitaciones extraordinarias, quizás nunca vistas en un siglo. Todos los que han asumido posiciones en el liderazgo opositor, más grandes o más pequeñas, en diversas etapas de este agrio e insufrible período de casi 27 años han puesto su pellejo en juego. El coraje se ha repartido con generosidad, junto con errores y aciertos, avances y retrocesos. Nuestro pequeño mundo también se nos ha escapado en varias circunstancias. No queda otra que persistir, como lo hizo en su momento la generación que parió la democracia.

 

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