Era el destino anunciado y ya se concretó: Nayib Bukele podrá reelegirse las veces que quiera. La mayoría de su partido Nuevas Ideas (¿?) en la Asamblea Legislativa de El Salvador aprobó, saltando los trámites formales, varias reformas constitucionales que le permitirán seguir en el poder hasta que el pueblo diga lo contrario, aumentar el período de gobierno, eliminar la segunda vuelta electoral y, además, adelantar la elección presidencial de 2029 a 2027. Nayib I, El Salvador.
Usa las redes sociales como pocos, es muy moderno en sus maneras y apariencias, pero en el fondo Nayib Bukele, de 44 años, nacido cuando su país iniciaba una guerra civil que duró una década, es uno más de la larguísima y penosa tradición de dictadores latinoamericanos. De hombres fuertes, que necesitan el poder absoluto, de ambición desmedida que, a cambio de “resolver” un serio problema de seguridad ciudadana, presenta una factura de cobro que solo se puede pagar con la entrega total de la nación. Bukele controla el parlamento, la justicia y el tribunal electoral.
La reelección presidencial en El Salvador desapareció de las constituciones de esa pequeña nación centroamericana desde hace más de 100 años, con una excepción que se otorgó a sí mismo el dictador Maximiliano Hernández Martínez, que mandó desde 1935 hasta 1944. Tuvo que dejar el poder luego de un golpe de Estado y una airada protesta ciudadana que lo obligó a refugiarse en Honduras. Fue asesinado mucho después por su chofer. Además de una brutal matanza indígena, Hernández Martínez es recordado por una ley contra la delincuencia que aplicó al pie de la letra.
Bukele gobierna desde hace tres años bajo un régimen de excepción que le permite meter en la cárcel a los temibles pandilleros, y a todos aquellos que se les puedan parecer, sin mayores trámites. El presidente salvadoreño se ufana de su desmesurada cárcel del Cecot, de ingrata recordación para venezolanos deportados desde Estados Unidos, y siendo su país ahora “muy seguro” es extremadamente peligroso para quien se le oponga, como organizaciones de derechos humanos y periodistas.
El camino para la recuperación y profundización democrática de nuestras naciones no lo guía Bukele ni políticos similares, que prefieren hacer caso omiso de los procedimientos para responder a las presiones públicas que demandan soluciones rápidas. El costo a largo plazo, sin embargo, puede ser mayor.
El respeto a los derechos humanos debería ser escrupuloso y nada debería justificar su violación. Los gobiernos que eligen los ciudadanos, como en su momento ocurrió con Bukele, no pueden utilizar formas que reproducen prácticas de tinte criminal. Nuestra propia experiencia venezolana, de elegir un gobierno que prometió “regeneración política y moral” y se apoderó de todos los resortes de la vida en sociedad, debería sí servir de guía esclarecedora. Los extremos cobran y se dan el vuelto.
Editorial de El Nacional