Sublime misa en la Plaza de San Pedro, ante más de 55.000 personas, fue la de la ceremonia que santificó a José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, junto a otros cinco beatos, tres de Italia y los otros dos de Armenia y Papúa Nueva Guinea. En un mundo conflictivo, y en guerra, como recordó el papa León XIV, fue un momento para la oración y para manifestar el anhelo de la justicia y la paz.
Desde el canto del Salmo 120 -«Levanto mis ojos a la montaña, de donde me vendrá la ayuda»- , junto al instante, de la entrega del Libro de los Evangelios al Santo Padre, y luego su homilía, breve y nutrida, honran la celebración, con lecturas y palabras que conectan con la realidad de millones y millones de seres humanos en este mundo, entre ellos, nosotros los venezolanos, alegres por la santificación de José Gregorio y la madre Carmen Rendiles y, a la vez, reconocidos en esos llamados a la esperanza por una vida mejor y más satisfactoria.
Son varias las expresiones de León XIV que nos tocan particularmente y con seguridad nos invitan a la reflexión: Dios está donde el inocente sufre y la justicia de Dios es el perdón. La primera es la mirada de una Iglesia de estos tiempos comprometida con el que padece, que es como decir con la mayoría de los habitantes del planeta, que busca redención y posibilidades ciertas para su progreso social, educativo, espiritual y material. La mirada de nuestros santos, bienhechores de la humanidad, que dedicaron su vida al prójimo. Y la segunda, recuerda el poder del perdón, en Dios y también en los hombres y mujeres movidos por la fuerza de la justicia, de la bondad y de la belleza.
La sentencia del Papa sobre la paz es sencilla y profunda: Quien no acoge la paz como un don, no sabrá dar paz. Vale la pena releerla y digerirla en toda su hondura, porque de la paz se habla con frecuencia, pero en muchas ocasiones como un suceso ajeno a nuestras vidas, como un hecho fortuito, y no -parece desprenderse de las palabras del Pontífice- como un componente esencial de la vida de los seres humanos en su relación con los demás en su cotidianidad, y aún más en aquellos que logran ocupar posiciones de liderazgo político y social, y son, o deberían ser, ejemplo de que el don de la paz marca sus acciones.
Más allá de la creencia religiosa particular, más allá de las ideas políticas que convalidemos, debe haber entre nosotros, aquí y en todas partes, un código de valores compartido, donde esos conceptos de esperanza, paz, entrega a los demás, justicia están vivos cada día a cada hora.
Este pasado 19 de octubre es una fecha para recordar y para unir, para alentar, y para que prevalezca entre nosotros, sobre las dificultades e incertidumbres presentes, el sueño y la ilusión de una sociedad que acoge la paz como un don y que sabrá, por tanto, dar paz.
Editorial de El Nacional












