De su promesa de unir a las dos Colombias dada al calor de la victoria hace ya tres años queda muy poco, pues mutó a la posición que más parece disfrutar: estar en continua campaña política.
Foto: Presidencia de Colombia
El presidente de la República, Gustavo Petro, nunca se sintió cómodo con la idea de utilizar su cargo para representar a todos los colombianos, y no solo a los que piensan como él. De su promesa de unir a las dos Colombias dada al calor de la victoria hace ya tres largos años queda muy poco, pues el mandatario mutó a la posición que más parece disfrutar: estar en continua campaña política. Dentro del país eso se ve en que la Casa de Nariño está en modo propaganda, utilizando hasta las cuentas de instituciones estatales que no suelen, ni deben, politizarse para ponerlas a hablar de los proyectos de la administración Petro y, de paso, impulsar la reelección de su propuesta política el año próximo. Por fuera lo vimos en el rimbombante discurso final ante la Asamblea de la Organización de Naciones Unidas. Tenemos un presidente que, ante todo, quiere echar discurso.
Sí, el presidente Petro ha tenido actos valientes en el ámbito internacional. Su denuncia temprana del genocidio en Gaza ha tenido un impacto simbólico, aunque la irrelevancia geopolítica de Colombia y su incapacidad de construir alianzas más allá de los sospechosos habituales le ha restado efectividad diplomática a su presión. Es importante también que un presidente colombiano repita todas las veces que sea necesario que la guerra contra las drogas ha sido un fracaso, porque lo ha sido, que nuestro país ha puesto los muertos, porque así ha sido, y que necesitamos un cambio de paradigma que se aleje de la prohibición y les quite poder a los narcos, porque es urgente. Sin embargo, la pregunta en esencia vuelve a ser la misma: ¿para qué le han servido al país, como proyecto de nación, las palabras del presidente Petro si se han estrellado con la indiferencia internacional, la ineficiencia en la política local y, en fin, la falta de resultados tangibles?
Los defensores del mandatario dicen que es una voz valiente y que señalar lo que está mal con el mundo, como la crisis climática, es un imperativo moral. Difícil cuestionar esa realidad. Sin embargo hay lecturas que complementan el actuar del presidente. El discurso en la ONU estuvo cargado de simbolismos que hacen más apología a la figura personal de Petro y a su proyecto político que a Colombia como nación. Claro, cuando uno se cree que es la representación de la “voz del pueblo” es fácil confundir la nación con el apellido del presidente. Símbolos como el de la “guerra o muerte” de Simón Bolívar o la romantización de Iósif Stalin, responsable por el genocidio mediante hambruna de millones de ucranianos, muestran una postura caprichosa.
Esto necesariamente nos aterriza en Colombia. El presidente ha ordenado radicalizar los discursos, utilizar todas las cuentas de entidades públicas para lanzar mensajes que apoyen las políticas del Pacto Histórico, y ha operado como el determinador de la campaña del año entrante. Más allá del irrespeto a las normas de no intervención en política, que nunca lo han trasnochado, todos los esfuerzos del Gobierno están enfocados en la reelección del proyecto político. El mensaje que se les envía a los colombianos es que el Estado está en función de una sola postura y de un solo proyecto; que incluso cuentas como la del Instituto Geológico Colombiano o Artesanías de Colombia están en función del petrismo. El discurso en la ONU, más que un grito heroico en favor de la humanidad, fue un acto de campaña local. Así pasan los meses finales de un gobierno que se rindió de buscar acercarse a la mitad de Colombia que no votó por él.
Editorial de El Espectador