En nuestra edición de ayer se destacaba en primera página el hecho, por demás cruel e indignante, de la tragedia que les espera a los trasplantados de órgano que necesitan para el resto de su vida el uso de inmunosupresores que hoy escasean en el mercado nacional.
No se trata de un simple denuncia ni de una incitación al odio como proclaman los fanáticos de Maduro y de su extinto jefe, sino de un grito de desesperación colectivo porque de no subsanarse esta escasez lo que les espera a los pacientes es una larga agonía producto de la irresponsabilidad, la ineptitud y la corrupción enquistada en el proceder administrativo de los militares y civiles que conforman la camarilla gobernante.
Con bastante antelación se ha estado alertando sobre este escenario de peligro sin que el señor Maduro, sus ministros y los jefes de los servicios de salud atendieran estos urgentes pedidos de ayuda que surgían y surgen de todos los rincones de Venezuela. Tal crueldad no tiene antecedentes en nuestra historia moderna porque, aun en los peores momentos de la democracia, siempre se mantuvo una preocupación permanente por hacer llegar a los hospitales, los dispensarios y otros lugares de atención a la salud el suficiente suministro de las medicinas y otros productos para atender emergencias y primeros auxilios.
Por lo demás, era de rutina no exigir a los pacientes monto alguno ni tampoco que tuvieran que llevar a los hospitales donde serían atendidos la cinta adhesiva, algodón, alcohol, inyectadoras, antipiréticos y hasta un simple y vulgar termómetro. Hoy ya es costumbre pagar ese peaje cada vez que, si se tiene mucha suerte y el carnet de la patria, se consigue una cama libre en un hospital desvalijado de antemano por el mismo personal.
¿Dónde queda la gratuidad de la atención a la salud como un derecho constitucional inherente a una política de Estado seria y solidaria? En estos años el ciudadano ha sido sistemáticamente despojado de ese derecho y no precisamente con la intención de mejorar la atención pública y gratuita. Al contrario, el deterioro de los servicios es cada día más evidente, la falta de mantenimiento hace que costosos equipos pasen a ser chatarra o se conviertan en objetos olvidados en los depósitos más oscuros de los hospitales.
Paralelamente, el experimento al estilo cubano de atención a la salud en las zonas pobres no terminó de cuajar y terminó en un fracaso lamentable que hoy está a la vista de todos. Muchas deserciones, medicamentos escasos y descuidos en los suministros alimenticios e incluso en el pago de los médicos cubanos decretaron el ocaso de esas misiones. Los únicos ganadores fueron los burócratas cubanos que cobraban 3.000 dólares y pagaban apenas 1.000 a los médicos importados.
Ese subsidio a Fidel y otros de igual catadura para la burguesía uniformada de la isla fue desinflando la parte de la riqueza petrolera que correspondía al país. Se regalaban aviones a Bolivia, se subsidiaba la economía de Nicaragua, se compraban tanques y fusiles de asalto a los rusos y no pare de contar. La fiesta del nuevo rico que presagiaba el default.
Editorial de El Nacional