La cefalea es el más común de los dolores físicos a los que se enfrenta el ser humano. Este suele presentarse de forma repentina e intermitente, generando molestias en la cabeza, el cuero cabelludo o el cuello.
De hecho, en el lenguaje coloquial, dolor de cabeza es sinónimo de cefalea. Este término proviene del latín cephalaea, que hace referencia a las molestias localizadas en los diferentes tejidos de la cavidad craneana, en las estructuras que los unen a la base del cráneo, así como en los músculos y vasos sanguíneos que rodean el cuero cabelludo, el rostro y el cuello.
Generalmente se trata de un trastorno benigno y transitorio que cede espontáneamente o con la ayuda de algún analgésico, aunque en algunos casos se convierte en la manifestación de una enfermedad grave.
Los dolores de cabeza pueden tener su origen en factores hereditarios, como en el caso de la migraña; etarios, como los que surgen a partir de los cambios hormonales propios de la pubertad; pero también son consecuencia del estrés, el rechazo a ciertos alimentos, el abuso en el consumo de alcohol, los cambios climáticos, la falta o exceso de sueño y el uso prologando de ciertos fármacos como los vasodilatadores.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, la prevalencia mundial de la cefalea en los adultos es de un 47%, y de este porcentaje, más del 10% ha padecido migraña. Si bien los datos que maneja el organismo internacional confirman que existen ciertas variaciones regionales, los dolores de cabeza son considerados un problema que afecta a personas de todas las edades, razas, nivel socioeconómico y zonas geográficas.
Una variedad de cefaleas
Los dolores de cabeza se dividen en dos grandes categorías: los primarios y los secundarios. El primer grupo incluye las migrañas, las cefaleas en racimo y las tensionales; mientras que el segundo tiene su origen en una afección o factor subyacente, como un tumor cerebral, una lesión en la cabeza o una infección.
Entre los primarios, el más conocido es la migraña, un dolor palpitante o pulsátil que tiende a comenzar en un lado de la cabeza, para luego propagarse, suele estar acompañado de una sensibilidad a la luz y nauseas. Esta suele desencadenarse por problemas hormonales, el consumo de ciertos alimentos como el chocolate, los quesos, y aquellos que contienen glutamato monosódico, aunque también puede ser una respuesta a la abstinencia de cafeína, alcohol o la falta de sueño.
Las cefaleas en racimo o brotes, están consideradas por la ciencia médica como el dolor más fuerte que puede sufrir un ser humano antes de perder el sentido. Se trata de una afección unilateral, de gran intensidad, que ataca al nervio trigémino y se acompaña con síntomas autonómicos como lagrimeo, escurrimiento nasal, inflamación del párpado y la zona alrededor del ojo y enrojecimiento. Suele tener una duración que va de 15 a 80 minutos y aparecen con mayor frecuencia durante el sueño o al despertar por la mañana.
Mientras que la cefalea tensional, la más frecuente, se manifiesta a ambos lados de la cabeza, atacando especialmente en la zona de las sienes con una sensación de opresión, no son tan fuertes, pero representan una molestia continua de fondo. Como su nombre lo indica, es producto de la presión muscular en el cuello, los hombros, la cara o los ojos, como resultado de posturas corporales monótonas y estáticas, aunque también se le relaciona con el estrés, la depresión, la ansiedad o un traumatismo craneal.
Para mitigar o prevenir el dolor de cabeza:
– Evite el estrés.
– Duerma lo suficiente y procure un sueño reparador.
– Practique algún deporte o actividad física.
– Aprenda ejercicios de autorelajación.
– Realice breves descansos durante las horas de trabajo.
– Cuide su alimentación, respete las horas de comida y beba suficiente agua.
– Visite regularmente a su oftalmólogo y mantenga la fórmula de los anteojos al día.
– Limite el consumo de alcohol y tabaco.
Diario las Américas