Entre su vasta filmografía, Woody Allen realizó hace ya mucho tiempo la película Días de radio en la que un niño escucha ese aparatico que emite sonidos y voces y que avivó en el pequeño el gusto y la pasión por la música. El niño es el propio Allen, que muy entrado en años sigue tocando el clarinete -muchos dirán que otras cosas, esa es otra historia- gracias a aquellas lecciones gratuitas de jazz. La radio acaba de celebrar su día mundial. Casi centenaria en nuestro país desde que AYRE comenzó sus transmisiones en 1926. También fue la primera clausurada.
La radio ha sobrevivido a la aparición de la televisión, a Internet y a las redes sociales. Quizás no lo logrará -cambiando bruscamente de locación a este presente que nos ocupa- ante la acción depredadora del régimen. La radio libre ya no existe. Ni siquiera como vehículo de «entretenimiento, conexión, cercanía y compañía» -como apunta Carlos Correa, director de la ONG (un término también en vías de extinción) Espacio Público. No se pueden emitir sonidos, ni voces, si son cerradas las emisoras y desaparecidos micrófonos, cónsolas, transmisores, computadoras y hasta el cableado. Días sin radio.
La línea de actuación es muy sencilla. Derrotado por la realidad, en lugar de dedicarse a pensar y dedicar esfuerzos, recursos y funcionarios a arreglar el país, el régimen por intermedio de Conatel (Comisión Nacional de Telecomunicaciones) se afana en silenciar. Y lo hace con sobrada eficiencia: 285 emisoras calladas en 20 años ¿Un récord Guinness? El argumento se repite en un caso y el par de centenares que le siguen: irregularidades administrativas. 80 de esas emisoras perecieron en 2022: una relación directamente proporcional al desarreglo de un país a la deriva.
Correa advierte que lo que está pasando en Venezuela es un proceso de reacomodo de la estructura de propiedad de los medios de comunicación, que ya acumula casos emblemáticos en diarios de larguísima tradición y en canales de televisión. Ahora la tarea se centra con mayor ahínco en las emisoras radiales que representan 70% de los medios existentes -sobrevivientes- en Venezuela.
La desorganización del espectro radioeléctrico, aprovechable para el expediente de las irregularidades, se deriva de las propias alcabalas que administra Conatel, como son, y las señala Correa, la centralización de los procedimientos, la entrega de concesiones de corto plazo y la asignación de licencias de manera discriminatoria. «Es lo mismo que ocurre con el sistema de justicia, no hay garantías, quien opera una emisora carece de certezas y, por tanto, es víctima de la arbitrariedad», indica el director de Espacio Público.
Cuando las emisoras son cerradas -una por cada mes de lo que va de siglo y acelerando- la licencia de la misma frecuencia radial se le otorga de inmediato a otra persona o empresa. No hay concurso alguno ni tiempo para que los anteriores poseedores de la licencia puedan rectificar o presentar alegatos.
En las que no cierran, pero son oportunamente advertidas -nunca falta una llamada amenazante- se instala el miedo y la autocensura. Las líneas editoriales se ajustan entonces y se cuidan valoraciones y apreciaciones sobre la gestión pública que molesten a las autoridades, como admiten, sin decir sus nombres, quienes han padecido la suspensión de la emisora o de espacios de opinión. «Hay que tener un perfil muy bajo (…) nada de expresiones como régimen o dictadura en los entrevistados y mucho menos en conductores y periodistas». Días sin radio.
Editorial de El Nacional