Diálogo y tupamaros

Diálogo y tupamaros

 

Los recientes sucesos de Mérida tienen gran importancia. No son un hecho aislado, sino la parte de una cadena repetida en Caracas y en muchos otros lugares del país cuando el pueblo sale a las calles a protestar por la falta de comida, o a recibir a los líderes de la oposición. Ciudades secuestradas, colectividades atemorizadas, violencia sin freno en medio de la impunidad en numerosos lugares del mapa, son las señales de un tiempo ignominioso que cada vez se hace más sofocante. Pero el episodio perpetrado en la Ciudad de los Caballeros sobresale por su gigantesco barbarismo.

 

 

 

De acuerdo con las informaciones de las autoridades eclesiásticas de Mérida, cuatro estudiantes del Seminario Menor de San Buenaventura fueron agredidos por una banda de facinerosos que se hacen llamar Tupamaros.

 

 

 

Los muchachos, casi unos niños, iban  a clases con el inocuo respaldo de sus manuales escolares. En  lugar de sus maestros, toparon con una gavilla que no solo los despojó a la fuerza de sus útiles escolares, sino también de la ropa que vestían. Una de las víctimas fue metida en la hediondez de una alcantarilla y a las otras se les obligó a correr por las calles de la ciudad como Dios los trajo al mundo. Si buscaban a un rival indefenso y manso, si querían cebarse contra unos ciudadanos incapaces de comulgar con la violencia, los encontraron a la vuelta de la esquina.

 

 

 

Sobre la ausencia de las fuerzas de seguridad no hay mucho qué decir, para no ser repetitivos: no estaban en el lugar mientras se perpetraban las tropelías, porque hubo otras entonces en la vía pública; hicieron gala de nuevo de la más gorda de las vistas, prefirieron la indiferencia de un acuartelamiento cómplice y cobarde. El gobernador del estado se limitó a colocar un video en su cuenta de Twitter, en la cual mostraba a una pandilla de encapuchados en el ataque de un autobús.

 

 

 

Atribuyó la tropelía a unos supuestos forajidos al servicio del partido Voluntad Popular, pero sobre el espantoso ataque de los seminaristas guardó silencio. No sucedió, si nos guiamos por su mutismo, o fue un episodio intrascendente que no requería la atención de la primera autoridad de la región.

 

 

 

De la boca de los representantes de los altos poderes de la República no se ha dicho nada sobre el suceso. Los medios de comunicación del oficialismo, o pagados y comprados por el oficialismo, no se han dado por enterados. Tal vez consideran que, como forma parte de la  costumbre chavista de gobernar, no vale la pena detenerse en otra de las cuentas de uno de los rosarios más largos y dolorosos de América.

 

 

 

Pero hablan de diálogo, claman por él a los cuatro vientos, dicen que dan la vida por sentarse a conversar con los adversarios políticos. El ataque de los seminaristas de Mérida no solo importa por su peculiar bajeza, sino también porque pone en evidencia la estrategia del régimen, con relación a llamar a reuniones cordiales mientras arremete contra los miembros más indefensos e inocentes de la sociedad.

 

 

 

¿Vienes a nuestras reuniones, amigo oposicionista? Pero antes nos prestas tus costillas para hacer leña de ellas. Sea por el amor de Dios

 

 

Editorial de El Nacional

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