Di María y el palo meten a Argentina en cuartos

Di María y el palo meten a Argentina en cuartos

Tuvimos que esperar hasta el minuto 118 de partido para abandonar los bostezos, pero la espera mereció la pena para vivir uno de los momentos del Mundial de Brasil. Con una dramática tanda de penaltis a punto de caramelo, Messi, medio cojo y a punto del K.O. robo un balón en tres cuartos de campo, lanzó una carrera de 20 metros en la que atrajo hasta a seis oponentes y asistió a Di María para que el madridista batiera con un disparo seco al hasta entonces mejor del partido: el portero suizo Benaglio.

 

El agónico gol del «Fideo» fue definitivo, pero estuvo a milímetros de que no serlo. La madera tuvo la culpa. Dos minutos después del tanto de Argentina, un saque de esquina botado por Shaquiri lo remató Dzemaili a la base del poste de Romero, el balón salió escupido al cuerpo del medio suizo y el rebote se marchó por línea de fondo como pudo meterse en la portería. Hay señales en el fútbol que es mejor no dejar de lado. Un palo metió a Brasil en cuartos. Un Ángel y otro palo ha hecho lo mismo con Argentina. La final de Maracaná parece que ya ha elegido a sus protagonistas.

 

El partido comenzó como todos los de Argentina en este Mundial: aburrido y sin nada comestible que echarse a la boca. Sin fluidez en la circulación de la pelota, sin apariciones por banda y sin llegadas al área. Solo se intuía algo diferente en las jugadas a balón parado y cuando Messi bajaba al centro del campo a pedir la bola o se escoraba a alguna banda para encarar a Lichtsteiner y Rodríguez, los dos sobresalientes laterales suizos. Cada minuto de juego de la selección albiceleste en la Copa del Mundo evidencia que Argentina no es que sea Messi y diez más, es que es Messi, Di Maria y nueve menos.

 

La, de momento, única aportación albiceleste reseñable al campeonato no es que sea muy positiva: si Del Bosque y Guardiola inventaron aquello del falso nueve, Sabella no se ha quedado atrás. En Brasil se ha sacado de la manga el falso cinco: Fernando Gago. Como chirría ver a este futbolista manejando a toda una selección de Argentina. Fernando Redondo, no se lo tengas en cuenta y perdónalos.

 

Sería a la media hora de partido cuando el encuentro despertara de su estado de hibernación. Pero no se crean que Argentina tuvo la culpa. Fue Suiza quien dio el primer susto. Saque de esquina que bota en corto Shaqiri ante la pasividad de la zaga de Argentina, el futbolista helvético entra en el área como «Pedro por su casa», levanta la cabeza, ve a Xhaka solo en el punto de penalti y el mediocentro del Nápoles le pega seco y duro de primeras para que Romero se erija, como ante Irán, en el salvador de los suyos.

 

El aviso de conjunto centroeuropeo dio la voz de alarma a Argentina, que subió un par de marchas su intensidad y contestaron con rapidez y por partida doble a la clarísima ocasión helvética: primero con un disparo de Lavezzi, tras cesión de Higuaín de cabeza, que echó a corner Benaglio. En el saque de esquina, botado por Di María, Garay remataría con el flequillo en el área pequeña. Su timidez a la hora de ir a por esa pelota franca que le puso el «Fideo» privó a Argentina de abrir el marcador.

 

Lejos de arrugarse, justo antes del descanso Suiza volvió a tener otra oportunidad gigante para adelantarse. Gran contra y asistencia de Shaqiri que deja a Drmic solo ante Romero y con tiempo hasta para tomarse un café, el delantero helvético se precipita con una innecesaria vaselina que se queda en las manos del arquero argentino. En octavos de final de toda una Copa del Mundo y contra Argentina, hay goles fallados que deberían retirar el carnet de futbolista. El de Drmic era uno de ellos. Hitzfield, con el rostro desencajado, ponía el grito en el cielo.

 

Mejora la albiceleste

 

La segunda mitad tuvo otro color para Argentina, aunque sin presumir, como diría el malogrado Luis Aragonés. Ayudó bastante el repliegue de Suiza que, mitad por cansancio mitad por miedo, metió a los once futbolistas en su propio campo y le cedió el balón a los de Sabella. Ahí aparecieron los mejores minutos del torneo de los suramericanos, algo no muy meritorio teniendo en cuenta donde estaba el listón. Rojo e Higuaín, en dos buenos remates, probaron las virtudes bajo palos no muy ortodoxas de Benaglio.

 

Luego, mediado el segundo acto, Messi rozó el larguero del guardameta helvético en una bonita volea desde la frontal del área. Ya cerca del noventa, Leo tuvo la más clara de Argentina: zurdazo desde dentro del área que pasa entre las piernas de dos futbolistas suizos y sin apenas visión del disparo Benaglio saca una mano milagrosa que valía una prórroga y nada más. Lo que ocurrió en el tiempo extra ya lo saben: Messi, un Ángel y el palo de Dios. Por algo el Papa Francisco es argentino.

 

 

ABC.es

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