Desafíos inesperados

Desafíos inesperados

 

Las acciones de los políticos toman rumbos sorprendentes. Si así le puede ocurrir a cualquier vecino ante los requerimientos de la cotidianidad, en el caso de quienes se dedican a los negocios públicos el desafío es todavía mayor. No hay programas que se puedan cumplir a cabalidad según lo que se pensó antes de que se llevaran a cabo, ni hay brújulas rigurosas que señalen unos puntos sin variación que se deben seguir sin modificaciones. Pero, en el caso de la actualidad venezolana, los retos colocan a los líderes ante un rompecabezas de difícil solución, tal vez como nunca antes.

 

Como se viven situaciones que no admiten comparación con el pasado reciente, el quebradero de cabezas es mucho mayor. Ninguno de los eventos que ahora se desarrollan se relacionan con los experimentados por los políticos durante la época de la democracia representativa. Los partidos están ante un panorama que jamás contemplaron. Las instituciones han perdido la capacidad de responder como lo hacían antes, debido a las impresionantes novedades que las confrontan. Los discursos de la víspera pierden su vigencia, y deben renovarse para no correr el riesgo de quedarse sin auditorio. Los mismos hechos que sobrevienen para convertirse en la conminación del día, en la necesidad de producir respuestas frente a fenómenos y a detalles  que no se avizoraban, conducen a un vértigo sobre cuya evolución se escapan los pronósticos que parecen sensatos.

 

 

Pero no es un problema que ocupe solamente a los dirigentes de la oposición, sino también a los cabecillas de la usurpación. También están ellos metidos en el tremedal, chapotean en un pantano colmado de enigmas para cuyo control han desparecido las fórmulas acertadas, las recetas certeras o confiables. No tienen manera de responder en términos acertados porque chocan con un conjunto de factores con los cuales no están acostumbrados a lidiar. Cada día los espera con sus misterios, con sus zancadillas y sus trucos impensables. Por consiguiente, desconocen el camino que deben seguir, también están extraviados en un extraordinario laberinto.

 

 

Desde luego que en el enredo también estamos metidos todos: los que escribimos en la prensa, los que tenemos la obligación de buscar explicaciones todos los días, los jóvenes que se miran perplejos cuando salen de las aulas y se ponen a conversar con los compañeros en las horas libres, los espectadores que contemplan la escena desde el interior de sus domicilios. Como el ambiente de las instituciones educativas, de los talleres de redacción y de los espacios en los cuales se desarrolla la vida privada han cambiado hasta volverse desconocidos, o poco manejables, no queda otro camino que compartir una perplejidad que no deja títere con cabeza, un salto de mata del cual nadie se puede librar y que puede conducir a una desesperación capaz de sacarnos a todos de quicio.

 

 

Pero, así como se experimenta una confusión que no ofrece escapatorias, también se perfila una obligación de creatividad como pocas veces ha sucedido a través de los tiempos vividos entre nosotros. Es cuestión de abandonar las analogías infructuosas para topar con claves capaces de permitir el advenimiento de una tierra prometida que parece misión imposible, pero que puede estar al alcance de la mano como producto de una reacción de ideas y de conductas flamantes que pueden estar a punto de manifestarse. Nos cuesta trabajo la comprensión y la solución de los entuertos de la Venezuela de nuestros días, pero podemos comprenderlos y superarlos si nos colocamos a la altura de un solicitud histórica que pocas veces se presenta.

 

Editorial de El Nacional

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