El fin de semana se caracterizó por noticias tan contradictorias sobre el Presidente de la República que debieron desconcertar a la población más allá de lo que ya estaba como consecuencia de la ausencia de una sola fuente debidamente autorizada
Retomemos los hechos documentados: desde África, el canciller Elías Jaua declaró que las dificultades respiratorias del jefe del Estado “habían empeorado”.
Poco después, a las 11 de la noche del viernes, el vicepresidente ejecutivo ofreció una improvisada rueda de prensa para informarle a la nación que “había estado trabajando con el Presidente durante cinco horas y media, en tres etapas, y que el Presidente había dado instrucciones en cada caso a través de la escritura y otros medios”.
Más adelante, en otra declaración, el señor Maduro afirmó que el comandante Chávez preparaba anuncios económicos “que harían feliz a la gente”.
Parece llegado el momento de abogar por los derechos del enfermo, puesto que ya no está en Cuba sino en Venezuela. De ser cierto, y no hay razones para poner en duda la palabra del vicepresidente, de que trabajó con el comandante desde las seis de la tarde hasta las once de la noche, es más que pertinente preguntarse si a un enfermo en tales condiciones es permisible someterlo a una jornada de tantas exigencias como la toma de decisiones en materia económica y administrativa.
La pregunta es elemental, pero no se podía hacer mientras el Presidente estaba en La Habana porque allá probablemente sean otros los principios o los derechos que se les reconozcan a los enfermos. Pero este no es el caso de Venezuela.
Es indispensable que nos preguntemos cuál es el criterio y la responsabilidad de los médicos del Hospital Militar Carlos Arvelo, tratantes del Presidente, en cuanto a la preservación de estos derechos en el caso del Presidente de la República. Esta no es una abstracción, ni un recurso banal. Se trata de algo sustancial, aplicable a todos los enfermos.
Se entiende que en todos los centros médicos existen regulaciones no pocas veces rígidas que codifican las relaciones con los pacientes hospitalizados, y sus inalienables derechos a la tranquilidad y al reposo benefactor. Si pensamos que la dolencia fundamental del mandatario es su deficiencia respiratoria, estas consideraciones cobran mayor entidad.
No debe haber nada más angustioso o que genere tanta zozobra que el esfuerzo de comunicarse y no poder hacerlo. A esta prueba ha sido sometido el Presidente de la República y nada lo justifica. Obviamente, esto retarda o perturba su recuperación, aumentando indebidamente el estado de desasosiego.
Los médicos no pueden ser ajenos a la suerte de los pacientes que tienen bajo su responsabilidad. Los políticos, por más altos que sean sus títulos, no pueden ir más allá de las prerrogativas exclusivas de los médicos. Un asunto sensible, sin duda. Una obligación plantearlo/DO
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