Con unas combativas declaraciones, Henrique Capriles anunció su decisión de aceptar ser el abanderado de la unidad democrática en los comicios que, para dar término al período constitucional, fueron convocados por boca de Tibisay Lucena, presidenta del CNE.
Nicolás Maduro, el candidato escogido por el propio Chávez en las postrimerías de su enfermedad, puso en evidencia que la ponderación parece ser ajena a su carácter y, más aún, a su discurso; que el mensaje conciliatorio mediante el cual oficializó de una vez por todas la desaparición física del presidente Chávez, poniendo fin a la incertidumbre que los administradores oficialistas de la continuidad sembraron deliberadamente para ganar tiempo tratando de que el ungido dejase de ser un simple novato, no era más que un guante de seda tras el cual se ocultaba el puño de hierro.
La desproporcionada reacción de Maduro al anuncio de Capriles exigiéndole que aclare para el país y para la historia lo ocurrido con la muerte de Chávez, provocó una avalancha de insultos y amenazas dirigidas a la galería y no al ciudadano consciente, humilde o de clase media que no se deja engañar fácilmente. Pero presagian el tono destructivo que signará la campaña dirigida a la perpetuación roja rojita en el poder. Nicolás Maduro parece convencido, como los ajedrecistas irreflexivos, que la mejor defensa es el ataque. Una convicción que en política es falaz porque pone al descubierto las carencias de quien ofende.
Haciendo gala del ventajismo más obsceno, Maduro inició su campaña desde el momento mismo en que fue ungido, contando para ello con un botija repleta y un apoyo mediático fundado en la hegemonía comunicacional del Gobierno. Y sin embargo, tiene y demuestra miedo.
Sabe que se enfrenta a un contrincante que ha demostrado saber gobernar y, sobre todo, saber competir. Teme porque sospecha que sus limitaciones no le permiten entusiasmar a unas masas que no le pueden ser endosadas automáticamente. Teme porque no es Chávez sino apenas la careta que le permite disfrazarse de caudillo, aunque el carnaval ya pasó.
Ante un rival así, Capriles está obligado a buscar la confrontación directa. A propiciar el debate público de las ideas y la discusión de los problemas que hoy oculta la ola emocional a la que apuesta el Psuv. Debe desmontar las mentiras oficiales y revelar en toda su crudeza la situación de nuestra economía, de las finanzas públicas, del aparato productivo. En fin, a diagnosticar la magnitud de la crisis que hace de 2013 un año aciago en lo económico y comprometido en lo político.
Si Capriles plantea ese debate puede superar con creces la difícil tarea que se le ha encomendado. Y no es sólo el candidato quien ha de retar a Maduro para abordar las cuestiones de interés nacional. Los dirigentes que acompañan a Henrique tienen que emularle desafiando y desenmascarando a los funcionarios y burócratas que no saben qué hacer con el país.
Fuente: EN
Editorial de El Nacional