Durante muchos siglos antes del cristianismo, los pueblos célticos de Europa rendían culto a los árboles por considerarlos los templos de la santidad y la principal representación de los dioses en la Tierra.
El árbol servía como medio para que los dioses enviaran la dolencia o el mal a nuestro planeta. También se recurría a este vegetal si la mala suerte visitaba a un hombre bajo la forma de demonios o si iba a librarse una batalla. En éstos y otros casos, el sacerdote druida celebraba una serie de ritos y ensalmos en las llamadas enramadas sagradas, lugares que equivalían a las modernas iglesias.
En la Persia oriental, los babilonios creían que en la madera residían los dioses protectores.
Hay también quien dice que las supersticiones referentes a la madera también nacen del material con el que está hecha la cruz de Jesús. Resultado de estas creencias es nuestra costumbre de tocar madera como signo de la suerte, ya que ésta atrapa al espíritu maligno y lo hace caer a tierra.
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