El perfume de las flores procede de ciertas esencias especiales que las plantas producen con un fin determinado.
Las esencias, o aceites esenciales, son elaboradas por determinadas células que se agrupan para formar glándulas, situadas en diversos órganos de las plantas. Estas glándulas segregan las esencias al exterior, aunque a veces la secreción se almacena en células internas de los tejidos del mismo vegetal.
Químicamente, los aceites esenciales varían mucho en las distintas especies vegetales; de ahí la gran diversidad de perfumes florales. Las esencias son compuestos pertenecientes a la serie que los químicos llaman alifática, que en griego significa: “de los ungüentos”, o aromática. Esta clase de compuestos recibe frecuentemente el nombre de aceites volátiles, nombre expresivo que ya nos indica la gran facilidad con que se escapan a la atmósfera y se difunden en ella. Si no fuese así, no bastaría aplicar la nariz a las flores y aspirar para percibir su aroma. Estos aceites volátiles poseen muchas de las propiedades que nos ofrece el mundo de las plantas. Como casi todos ellos se componen de hidrógeno y carbono – si contienen alguna vez oxígeno es siempre en pequeñas cantidades -, todos pueden arder.
Pero el olor más fuerte y el olor más delicado depende de la cantidad de aceite que contenga la planta. El hombre extrae estas esencias para elaborar perfumes.
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