De caciques y otros eufemismos

De caciques y otros eufemismos



 La manía de rebautizar no es nueva. Tampoco se trata de un antojo de ciertas figuras como Chávez, que le cambiaba el nombre a todo. Se trata de una muy bien argumentada táctica de los regímenes como el venezolano, que empiezan con el discurso del hombre nuevo y del cambio total de realidad como para darle justificación a lo que ellos llaman “revolución”.

 

 

En el afán de negar todo lo anterior han cambiado hasta el paisaje y la forma de hablar del venezolano. Para ellos se trataba de un nuevo comienzo, desde que se sentaron en la silla de Miraflores. Entonces consideraron que son dueños del país y que su manera de ver las cosas es la única correcta y posible. Ese es el totalitarismo. Cambiaron escudo, bandera y si los hubiesen dejado, hubieran destrozado el Himno Nacional.

 

 

Tal como se expresaba el difunto, de repente todos hablan de niños y niñas, señoras y señores, monos y monas… Se suplantaron palabras claras y prístinas del español como “preso” por un eufemismo como “privado de libertad”, y por allí siguen demasiados ejemplos.

 

 

El régimen ha tenido éxito más en unos cambios que en otros. Claro que ya no contamos con un Ministerio de Sanidad y Asistencia Social sino uno del Poder Popular para la Salud, que obviamente no se ocupa de lo que debe. Pero seguimos teniendo, por ejemplo, un Parque del Este al que nunca llamamos Francisco de Miranda. Y no porque no se le reconozcan méritos al prócer, sino porque en el corazón de los caraqueños un nombre suena más que otro impuesto.

 

 

Pero lo que se le ocurrió a la alcaldesa de Libertador (no de Caracas, porque ese apenas es uno de los municipios que integran la capital), no tiene ni siquiera el más mínimo apoyo. Sigue el ejemplo de muchos de sus superiores, que para acomodar la historia a su conveniencia la niegan, la cambian o la borran.

 

 

La alcaldesa se recordó de Guaicaipuro, el cacique que llegó al punto de sacrificar a su propia hija para que no se juntara con un español. Y se olvidó de Francisco Fajardo, el español que se juntó con una cacica güaiquerí con la que tuvo un hijo, digno representante del mestizaje.

 

 

Es el nombre del mestizo nacido en estas tierras el que lleva la autopista.  A estas alturas, llamar de otra manera la principal arteria vial de la capital venezolana es ganas de gastar dinero, que no hay.

 

 

Después de todo, la capital lleva un nombre indígena y ha convivido muchos años con nombres castizos, vascos, alemanes, holandeses, italianos, portugueses, porque así es Venezuela.

 

 

Editorial de El Nacional

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