En un famoso libro completado en 1932 y titulado El concepto de lo político, el controversial pensador alemán Carl Schmitt afirmó que así como la distinción fundamental en el plano de la ética, por ejemplo, se establece entre lo bueno y lo malo, y en la estética entre lo bello y lo feo, en el terreno político tal separación se produce entre el amigo y el enemigo. En la hora actual de Venezuela es más importante que nunca distinguir entre amigos y enemigos de la causa de la libertad.
Se imponen varias puntualizaciones: 1) El régimen inaugurado por Hugo Chávez contó en sus comienzos con la buena voluntad de Washington. La historia de esos primeros años lo demuestra de manera patente. La enemistad de Chávez y su proyecto con respecto a Estados Unidos fue producto de una decisión deliberada, basada en la ideología y vinculada a acuerdos establecidos con Cuba a lo largo del tiempo, antes y después de su llegada al poder. 2) El régimen chavista ha dependido y depende más que nunca de Cuba para su seguridad interna, así como para la concertación de sus ofensivas y contraofensivas diplomáticas. 3) Rusia y China se sumaron a la ruta del apuntalamiento del régimen por diversas razones, pero con el objetivo político subyacente de utilizar a nuestro país como una pieza adicional de un ajedrez geopolítico. Ello desde luego no descarta, sino que incluye intereses de índole económica, enlazados con la obtención de petróleo y otros materiales estratégicos.
Estados Unidos, por su parte, ha desempeñado un papel fundamentalmente distinto al de rusos, chinos y cubanos con respecto a nuestro país. No hace falta asumir que Washington sea un actor ingenuo e inocente en el tablero internacional, para alcanzar tal conclusión. Estados Unidos es un gran poder con sus propios compromisos geopolíticos, y lo que ocurre en América Latina en general y Venezuela en particular es de su incumbencia. Ahora bien, nos resulta evidente que Washington ha hecho su juego con el propósito, entre otros, de restablecer en nuestro país una democracia decente, y además con genuina preocupación por la tragedia humanitaria que afecta a los venezolanos. Durante esta etapa tan lamentable y a la vez desafiante de nuestra historia, tenemos en el presidente Donald Trump y su gobierno a verdaderos amigos de Venezuela, y no comprenderlo así constituiría un imperdonable error.
Cualquier juicio acerca del presente tiene que reconocer el obvio contraste entre la política depredadora de Cuba, Rusia y China con relación a Venezuela, y la línea política de Washington. Los señores Castro, Putin y Xi, dictadores de sus países, usan a Venezuela en función de intereses y metas dentro de las que no ocupa espacio alguno el bienestar de nuestro pueblo, y mucho menos el logro de una existencia libre y democrática. Se trata de Estados totalitarios, entregados a una estrategia internacional exclusivamente alimentada por la ambición de poder. Castro, Putin y Xi no buscan salidas civilizadas al drama venezolano, sino redoblar su respaldo a un régimen que destruye nuestra sociedad y que se aferra a los apoyos externos como única opción de sobrevivencia.
Nicolás Maduro y sus aliados están actuando con suprema irresponsabilidad hacia nuestro pueblo y su destino. Por ahora, Washington procede con una política de presiones limitadas, en una zona que se ha hallado tradicionalmente en el marco de Occidente. Rusia y China están demasiado lejos y su involucramiento presenta severas vulnerabilidades, pero se empeñan en acompañar al régimen en su ruinoso camino. Es una temeridad de parte de Maduro y sus socios arriesgarse a una escalada del conflicto. Estos procesos tienden a escapar de las manos de los más diestros dirigentes, y con frecuencia producen consecuencias que nadie había previsto o deseado. Con sus bravuconerías belicistas, el régimen chavista, negado como está a abandonar el poder “por las buenas o por las malas”, empuja a Venezuela hacia un amenazante abismo. Todo indica que se acercan encrucijadas decisivas, pero Maduro, Castro, Putin y Xi adelantan sus pasos con creciente ceguera. ¿Se dan cuenta los militares venezolanos de que están literalmente jugando con fuego?
Editorial de El Nacional