Así, en cualquier momento podemos intercambiar todo tipo de archivos digitales a través de aplicaciones de mensajería o por correo electrónico, o utilizar nuestros smartphones para, por ejemplo, saber cómo son los restaurantes cercanos.
No obstante, tanto mandar una imagen como hacer una consulta online implica que esa información circule por redes y servidores antes de llegar a su destino, por cercano que se encuentre. Todo lo que corre por la Red va a un centro de datos en alguna parte, y la imagen de limpieza medioambiental asociada a esta industria y las grandes empresas tecnológicas no es real.
Para atender al creciente tráfico en internet, los miles de centros de datos del mundo –la mayoría en EE. UU.– devoran electricidad. La organización internacional The Climate Group estima que el sector de las tecnologías de la información produce el 2% de las emisiones dedióxido de carbono y afirma que llegará al 4% en 2020, con la incorporación de los países menos desarrollados a este sector.
Cien búsquedas en Google producen 20 gramos de dióxido de carbono, y usar Gmail durante un año genera 1,2 kg por usuario. Los centros de datos funcionan sin descanso, y para prever fallos de la red eléctrica usan generadores diésel. Por eso, las grandes compañías planean situarlos junto a fuentes de energía renovables y en zonas frías, donde la necesidad de refrigeración de los servidores sea menor.
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