En su último libro el escritor japonés Haruki Murakami cuenta siete historias de hombres sin mujeres.
Haruki Murakami es el escritor japonés más leído en Occidente.
Hace años reseñé en esta columna Tokio Blues, de un tal Murakami, que entonces empezaba a ser un autor muy leído en Occidente porque en el Japón ya era furor. Tokio Blues: una novela nostálgica, erótica y juvenil que mostraba la enorme influencia de la cultura anglosajona, también allá, en el remoto Japón que imaginábamos muriendo por sus tradiciones, como en los relatos de Yukio Mishima. A pesar de eso, o por eso mismo –la globalización cultural empezó verdaderamente en los años sesenta–, la novela, además de sobresaliente, me pareció de una increíble cercanía existencial. Desde ahí, el fenómeno Murakami es historia conocida: millones de lectores, 14 libros entre novelas, cuentos y ensayos, algunos de ellos voluminosos. Más por no desilusionarme del autor de Tokio Blues, que por el prejuicio de no leer a un escritor demasiado prolífico, no hice parte de su club de fans, ni tampoco de sus detractores, que los hay. Simplemente no lo volví a leer, hasta ahora, cuando me topé con su último trabajo, Hombres sin mujeres, un título que claramente evoca a Hemingway y un libro que hubiera sido una lástima no haber leído.
Los conocedores de Murakami celebran que en Hombres sin mujeres el escritor japonés haya vuelto por sus fueros. Dice Carlos Zanón, en Babelia: “El mundo en estos siete relatos es Mundo Murakami pero el formato, la inmersión en 30, 40 páginas, el grado de contención exigida, nos devuelve a un narrador en forma respecto de su capacidad de fabular. Y es una buena noticia que Murakami se empeñe en querer seguir siendo escritor porque lo último que sabíamos de él era preocupante: en un adelantamiento por la derecha a Paulo Coelho, Murakami había abierto un consultorio sentimental ‘online’”. Al parecer, mi intuición no estaba del todo equivocada.
Aunque los cuentos que conforman este libro aparecieron inicialmente en varias revistas y distintas épocas más que libro escrito a propósito, es una recopilación– llama la atención su unidad y filiación temática. En cada uno de ellos se trata de hombres sin mujeres, hombres abandonados o traicionados, o que voluntariamente renunciaron a ese reino. De cualquier manera, una tristeza, un sentimiento muy parecido a perder una música que se amaba y que nunca más se volverá a oír. Dice el narrador del último cuento: “En eso consiste perder a una mujer. Y en ocasiones perder una mujer supone perderlas a todas. Así es como nos convertimos en hombres sin mujeres”.
Kafuku, un actor secundario, queda viudo –su mujer era actriz principal– y se convierte en amigo de copas de uno de los amantes de su mujer: “Si me hice amigo de ese hombre fue precisamente porque mi mujer se había acostado con él”. Algo que había consentido cuando ella vivía y en el presente, pero al empezar a contárselo a una extravagante joven que ha contratado como conductora, se le convierte en la insoportable obsesión de no haber sido parte de su mundo. Tanimura, un estudiante, observa atónito cómo Kitaru, su compañero genio, se pasará el resto de su vida destruyendo sin ningún motivo la relación con su novia Erika, una mujer hermosa e inteligente que lo quiere desde la infancia. Tokai, un médico exitoso que ha encontrado la felicidad en la soltería y en las relaciones sin compromisos sentimentales, traicionará su filosofía por una sola vez y conocerá el infierno.
Habara conoce a una Sherezade moderna que le cuenta historias y le hace el amor, un sueño realizado hasta que la sola conciencia de que este pueda acabarse, lo aniquila: “En ese caso, jamás podría volver a entrar en el húmedo interior de un cuerpo femenino. Ni podría sentir sus sutiles estremecimientos”. Gregor Samsa despierta convertido en un espantoso hombre al que abandona una jorobada. Alguien recibe en la madrugada una llamada del marido de una ex quien le cuenta que ella acaba de suicidarse. Ya no le importaba la mujer y, sin embargo, lo avasalla la nostalgia…
El libro contiene atmósferas atractivas y bizarras, mucho jazz, rock, música de ascensor, frases lapidarias, algo de efectismo literario, pero no hay duda: Murakami inventa aquí personajes e historias inolvidables.
Semana.com