A semejanza de las primeras giras de Hugo Chávez como presidente electo, entre diciembre de 1998 y enero de 1999, Nicolás Maduro hizo su primer recorrido internacional con atención especial a países del Mercosur seguido por una breve ronda europea. Sin contar los iniciáticos viajes de ambos a La Habana y los rodeos a Washington.
La semejanza de los primeros destinos internacionales de uno y otro sugiere una suerte de recomienzo en el que, cada cual con su sombra de llegada, han procurado un baño de legitimación internacional en circunstancias de escaso margen de maniobra política y económica.
El cuaderno de viajes que inician Maduro y sus acompañantes tiene varias secciones. La de preparativos incluye las fricciones y amenazas que han antecedido a los encuentros con los cancilleres de Estados Unidos y España. En letra pequeña quedan los recordatorios de hasta dónde tensar y amenazar, porque el crédito no es tanto.
Sobre el desarrollo de la gira europea deberían abundar las anotaciones de los cuentos y las cuentas. Lástima que no nos esté dado a los venezolanos -ni siquiera a la Asamblea Nacional- conocer los números. Sabemos lo que los medios divulgan.
De entrada ya vimos en Madrid, entre los cancilleres Elías Jaua y José Manuel García-Margallo, el acercamiento que siempre logra, qué pena, colar advertencias bajo el rubro del respeto mutuo, hacer promesas a los empresarios de que sus inversiones estarán seguras en Venezuela y cautivar sonrisas al calor de la continuidad de las compras.
En Roma, Maduro recibió el premio de la FAO otorgado a 38 países por su lucha contra el hambre. En letra chiquita quizá se anote que para distraer el contraste del premio frente al país de los contenedores de alimentos descompuestos y ahora mismo en una penosa situación de desabastecimiento, se solicitó apoyo para crear un sistema de monitoreo de la oferta y consumo de alimentos en Venezuela.
De los encuentros en Italia debería haber varias líneas dedicadas a la promesa a los italianos de petróleo para los próximos cien años. Y eso nos lleva a la sección de transacciones, petróleo mediante, que ameritaría muchas páginas, como lo sugiere lo poco que sabemos de los términos en que se acordaron las compras en Portugal y la construcción de una nueva autopista Caracas-La Guaira.
En París, los cuentos son más pretensiosos, adornados con la aspiración de hacer de Venezuela una potencia media latinoamericana más allá de lo energético. Sería bueno que quedara escrita la expresión-consejo del presidente Hollande: “Creo que el presidente Maduro es consciente de su responsabilidad”.
Maduro llega al gobierno tras quince años en los cuales se dilapidaron recursos propios y oportunidades internacionales que no había visto Venezuela en toda su historia. Si los recomienzos existieran, habría que decir que este luce triste, por tanto viajar, prometer y gastar para dejarnos en la misma orilla.
Editorial de El Nacional