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Crecen los gusanos

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Crecen los gusanos



 Entre las cosas más insólitas que nos están ocurriendo surge una por lo demás atractiva para un detective especializado en los asesinos en serie: el crimen ya no importa, los muertos siguen bajo tierra y los gusanos se dan un banquete “mientras los asesinos siguen vivos”.

 

 

Y lo peor es que están protegidos por la complicidad de su entorno policial y judicial, valga decir, se trata de un gran proyecto en marcha, arrollador, aplastante, que no siembra ni justicia ni paz, y mucho menos, progreso, paz y nada de lo que venden los políticos cuando están en campaña.

 

 

No se trata, entonces, de mentira pura y dura, sino de justificaciones inválidas para enterrar a los adversarios, a los cuales han torturado hasta morir. ¿Olvidamos acaso lo que nos ocurrió cuando Cipriano Castro, o Juan Vicente Gómez, o Pérez Jiménez, o Pedro Estrada, fino hombre de hablar francés con la facilidad de un vendedor de almas hacia la muerte?

 

 

Algunos venezolanos tenemos enterrados pero no olvidados los ejemplos de hombres valientes que rescataron a Venezuela de las garras de los caudillos. Sí, es cierto, no discutimos las distancias de sus  acciones lejanas en el tiempo, pero no podemos olvidar el ejemplo de su actuación valiente, de su constancia, de su saber de futuro. Porque si de algo estaban ciertos y convencidos era de algo que hoy es y será oro en polvo: la democracia había que construirla, ladrillo a ladrillo, por encima de las inmensas olas de la batalla y la controversia democrática.

 
 

No podemos olvidar que en América Latina las tragedias políticas como las que vivimos en Venezuela siempre han terminado en explosiones de democracia. Luego, a paso lento pero inevitable, llega la hora de la verdad, ese momento en que los voceros furibundos huyen con el rabo entre las piernas. Volverá a suceder y debe privar la concordia y la sensatez pero nunca el olvido.

 

 

Los políticos, si son valientes deben, quizás, eclipsar sus ambiciones, enterrarlas a la espera de la llegada de la primavera. No otra cosa ocurrió en los países satélites de la Unión Soviética que bien enterrada está. Hoy lo que está planteado es esa unión, por debajo y casa por casa, pueblo por pueblo, vecino con vecino, para que nadie, por muy líder que sea, se imponga por encima de nosotros, los que creemos en la democracia, que no es poca cosa.

 

 

Los partidos políticos se refugian en guetos que no se prolongan hacia la sociedad, se asfixian en conflictos que a nadie interesan, se carcomen entre sí. Y la pregunta es ¿por qué no se entrelazan? ¿Qué les impide convertirse en correas que mueven la maquinaria mayor que es, quiera Dios, restablecer la democracia en nuestro país?

 

 

Sacrifican ante el altar de su ego, de sus egoístas ambiciones, de sus enanas y minúsculas posibilidades de poder, algo que es mayor a todos ellos y en general a todos nosotros. Recordemos que a la última dictadura militar solo la derrotó un frente político integrado por partidos y civiles que trabajaron clandestinamente. Unidos y sin dar la cara. A ver si aprenden de una vez.

 

Editorial de El Nacional

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