A juzgar por los invitados a participar en el recordatorio de la muerte de Hugo Chávez, pareciera que su otrora sobrevalorada figura ha comenzado a desvanecerse. Si se revisa lo publicado el 5 de marzo, cuando se cumplió una década de su muerte oficial, encontraremos escasas referencias a su legado, entre otras cosas, porque éste lo encabeza nada más y nada menos que el Sr. Maduro Moros. Y una cosa era alinearse a la bonita chequera revolucionaria, cuando el precio del petróleo estaba por las nubes, y recibir dinero a manos llenas a cambio de alineaciones con el paquete bolivariano, y otra, muy distinta, lo es retratarse con un presidente ilegítimo, cuya investidura fue cuestionada y desconocida por el orbe democrático, con Canadá, Estados Unidos y la Unión Europea a la cabeza.
Solamente dos presidentes en ejercicio asistieron a luctuosa evocación del comandante sempiterno, en la cual el mantra Chávez vive no pasó de ser consigna propagandística voceada sin convicción. Se podría esperar más en un país que, como dijo el poeta Eugenio Montejo, no ha terminado de enterrar a Juan Vicente Gómez, y en el que el objeto de los lamentos y ditirambos del pasado domingo, decidió resucitar al Libertador, convirtiéndolo en su alter ego. Pero esa paparruchada quizás ni siquiera tenga cabida en una antología del disparate, aunque sí en los anales de la infamia.
Tuvo que conformarse el sedicente presidente obrero con la compañía de Luis Arce, marioneta de Evo Morales, quien también rindió póstumo homenaje a su guía político-espiritual; la del impresentable déspota Daniel Ortega, cuyo absolutismo llegó al colmo, despojando de su nacionalidad al escritor Sergio Ramírez, su vicepresidente cuando aún el sandinismo no había derivado hacia el chavismo ordinario; la del pendular expresidente de Honduras Manuel Zelaya; el expresidente de Ecuador Rafael Correa; la de Piedad Córdoba y, por supuesto, la del prehistórico Raúl Castro, quien vino no se sabe, y así lo escribió una columnista de este diario, si por fidelidad a la memoria de Chávez o para mostrar su irrestricto apoyo a Maduro.
El acto evidenció el escaso poder de convocatoria del régimen padrino-madurista. Su puesta en escena en el cuartel de la montaña ha debido parecerse a la corte de los milagros imaginada por Valle Inclán, y podría reseñarse como un nostálgico o melancólico encuentro de la internacional chavista en vías de extinción, a fin de recordar momentos tristes de un pasado alegre.
Editorial de El Nacional