Con dos presidentes en Brasilia, la peor recesión económica del país en 80 años y el estado de Río de Janeiro casi en quiebra, el ambiente en la primera ciudad de Sudamérica que acogerá en tres semanas los Juegos Olímpicos no es de fiesta.
Bajo el sol invernal de la playa de Copacabana, con clementes 23°C a media mañana, un guardavidas observa escéptico el ajetreo de decenas de obreros que trabajan día y noche en el estadio olímpico de voleiplaya, aún inconcluso.
Los problemas en torno a las obras de esta monumental estructura de caños metálicos erguida sobre la arena, alta como un edificio de siete pisos, simbolizan el desafío de organizar los Juegos Olímpicos en Río, una ciudad tan caótica como deslumbrante, donde la pobreza golpea en los ojos a todo momento.
Primero las obras fueron suspendidas por falta de permisos ambientales. Luego las fuertes olas dañaron la base de la estructura, por lo cual debió construirse un muro de unos 300 metros de largo para protegerla. Pero el mar lo lame sin cesar, y máquinas excavadoras encaran incansablemente como Sísifo la tarea de mantenerlo en pie. Después, el cuerpo descuartizado de una mujer fue hallado a unos metros.
Los organizadores de Río-2016 auguran unos Juegos «increíbles» del 5 al 21 de agosto, cuando la ciudad reciba a más de 10.000 deportistas y medio millón de turistas del mundo entero. Pero aún falta mucho por trabajo por hacer.
«Bonito para los extranjeros»
«Los Juegos Olímpicos absorben dinero que podría ser gastado para mejorar la vida de la población de Río, en vez de invertir en maquillaje para que todo quede bonito», lamentó Felipe, un salvavidas de 32 años que vigila a los bañistas frente al estadio olímpico y no quiso dar su apellido.
Sería bonito si viviésemos en otra realidad. Pero la realidad es que falta mucho por hacer, falta inversión para que jóvenes de las periferias puedan tener un futuro mejor. Y mientras, se gobierna para una élite que vive en la zona sur, en Barra (da Tijuca, donde está situado el cuartel general de los Juegos), para que esto quede higienizado, sin pobres, bonito para los extranjeros», insistió el guardavidas, que está recibiendo su salario en cuotas porque las arcas públicas están vacías.
Entre el malestar por la crisis, el veredicto del juicio de destitución de la suspendida presidenta Dilma Rousseff previsto apenas después del fin de los Juegos y la impopularidad del presidente interino Michel Temer, nuevas protestas pueden surgir.
«Certificado de muerte olímpico: aquí yace Río de Janeiro», leía el cartel de un manifestante en una protesta de profesores que la semana pasada exigía el pago de sueldos atrasados y que terminó en el enfrentamiento de un grupo de infiltrados con la policía.
«Todo me preocupa y estoy atento a todo. Los Juegos Olímpicos son un evento muy complejo», admitió el alcalde de Río, Eduardo Paes, en entrevista con la AFP.
Una ciudad violenta
La seguridad inquieta a muchos. Hasta un vehículo de la Fuerza Nacional, una unidad policial de élite que protegerá los Juegos, fue atacado a tiros hace una semana cuando transitaba por la Avenida Brasil, una de las principales arterias de la ciudad.
Más de 13 personas por día fueron asesinadas en el estado de Río de enero a mayo, 14% más que en el mismo periodo de 2015. Los asaltos y robos han subido casi 25%. Y la brutalidad policial es un hecho: la policía de Rio mató a 645 personas en 2015, y a más de 8.000 en una década.
Pero el alcalde asegura que no está preocupado. «Tenemos experiencia en la organización de grandes eventos. La violencia es un problema de Río, no a causa de las Olimpíadas, sino porque la ciudad es violenta y sigue siéndolo», afirmó.
Por eso, la presencia de las fuerzas del orden durante los Juegos será apabullante: 85.000 policías y soldados patrullarán las calles, más del doble que en Londres-2012.
En cuanto a la posibilidad de un ataque terrorista, una inquietud en alza tras los atentados de la organización Estado Islámico en Estambul, Bagdad y Dacca, el gobierno la estima como mínima.
Las autoridades ya abandonaron la promesa de descontaminar la Bahía de Guanabara, donde tendrán lugar las competencias de vela, pero confían en que la nueva línea de metro que conectará Ipanema al inicio de Barra da Tijuca estará lista luego de meses de atrasos, aunque solo sea cuatro días antes de los Juegos.
El virus del zika, transmitido por mosquitos y vinculado a malformaciones en recién nacidos, preocupa más a atletas y turistas que llegarán a Río munidos de repelente. Sin embargo, las autoridades insisten en que el riesgo de contagio cae casi a cero en el invierno austral.
Para los miles que trabajan en las obras, la preocupación es otra: qué harán cuando tras los Juegos pasen a engrosar la lista de 11,4 millones de desempleados brasileños.
Uno de ellos es Hermeson Oliveira, que viste casco y unos Rayban falsos y amarillos en medio del estadio de voleiplaya. «Después de los Juegos, solo Jesús sabe. Los políticos roban en Brasilia y nosotros pagamos el pato».
AFP