Como quería Chávez

Como quería Chávez

Con la compra de Globovisión por parte de un grupo económico emergente, el cual, se sospecha, se asevera y se murmura, actúa como representante de personeros ligados a los sectores oficiales, pareciera haberse cerrado la última ventana que permitía a los venezolanos percibir, en tiempo real, un acontecer distinto al pasteurizado y homogeneizado en los laboratorios mediáticos del régimen bolivariano.

 

Del desencuentro con Vladimir Villegas a la prohibición de transmitir en directo las apariciones públicas de Henrique Capriles, pasando por el despido de periodistas caracterizados por su posición beligerante ante el hegemónico proyecto concebido por Chávez y que sus herederos no saben cómo enderezar, todo parece indicar que cuando se autorizó la venta a los nuevos dueños, estos se estaban embarcado en una nave cuyo norte magnético, si no su timón, estaría en la cercanía del poder.

 

Rumores respecto a lo que se cocina en los fogones de Globovisión circulan con abundancia e insistencia alarmantes por las redes sociales, sin que se produzcan los desmentidos y aclaratorias que el público espera y merece. Por ello, y justamente cuando se están cumpliendo seis años del cierre de RCTV, crece la preocupación sobre el futuro de la televisión privada, entendida ésta como servicio público, y su papel en la preservación de la libertad de expresión.

 

Desde que Guillermo Zuloaga hizo pública su intención de vender el canal de La Florida a los dueños de una empresa aseguradora, comenzaron a tejerse diversas y contradictorias conjeturas sobre su porvenir que daban sabor y colorido a lo que en realidad era crónica de un desenlace previsible.

 

Ya, desde semanas anteriores a la anunciada transacción, se sabía de la decisión oficial de excluir a Globovisión de la parrilla digital de alta

definición, lo cual significaba su virtual entierro, de modo que la decisión de los accionistas de salir del canal puede y debe interpretarse como la resultante lógica de una prolongada e intensa campaña de hostigamiento por parte del Ejecutivo y el resto de los poderes públicos, los cuales fueron pródigos en retaliaciones contra la estación, y que debe enmarcarse en el esquema de “hegemonía comunicacional” al que hacía referencia el siempre sonriente ministro, antes de información y ahora de turismo, Andrés Izarra.

 

Si finalmente se logra neutralizar la crítica señal de Globovisión para que asuma una línea editorial indulgente, se estaría sumando, con ciertas otras señales de televisión, al descomunal aparato de comunicación audiovisual bajo control gubernamental. Así, el Ejecutivo no necesitaría de cadenas para ocultar sus deficiencias, sino sólo para difundir las mentiras que le sirven de justificación.

 

El país, puede decirse, permanecería para siempre encadenado a la opinión complaciente y el pensamiento uniforme, a la alabanza y la

genuflexión. Tal como quería Chávez.

 

Fuente: EN

Editorial de El Nacional

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