Son pocas las decisiones que pueden provocar una verdadera revolución en el mundo.
Y quienes las toman rara vez son estudiantes de doctorado.
Pero hay excepciones.
En 1995, un joven informático de la Universidad de Stanford estaba tratando de decidir el tema de su tesis.
Sabía que la elección podía influir en toda su carrera. Entonces hizo una lista de unas 10 ideas que le habían llamado la atención.
Una de esas opciones estaba relacionada a la World Wide Web, que se había inventado unos seis años antes. El estudiante se preguntó si sería posible trazar los hipervínculos entre sitios, de la misma manera que los académicos lo hacen con sus citas.
Como habrás adivinado, ese estudiante era Larry Page, y su proyecto, inicialmente llamado BackRub, formaría la base del algoritmo PageRank detrás del motor de búsqueda de Google.
Alphabet, la empresa matriz de Google, ahora vale más de un billón de dólares.
En retrospectiva, la genialidad de la idea -que cambió permanentemente la forma en que navegamos en internet y le permitió a Page amasar una fortuna personal de alrededor de US$100.000 millones- puede parecer obvia.
Sin embargo, es fácil imaginar un mundo alternativo en el que Page se decidiera por otro proyecto que podría haber parecido el material perfecto para obtener el doctorado.
En general, los estudios muestran que la gente rara vez evalúa con precisión el valor de sus propias ideas.
Esto significa que a menudo no vemos el potencial de nuestras mejores ideas, lo que nos lleva a descartarlas y perder el tiempo en proyectos menos prometedores.
Afortunadamente, estos estudios también aportan algunas formas inteligentes de evitar cometer este error.
Los beneficios del segundo lugar
Uno de los estudios más reveladores sobre este tema fue elaborado por el profesor Justin Berg de la Escuela de Posgrado de Negocios de Stanford.
En una serie de experimentos, pidió a los participantes que inventaran nuevos productos o servicios, como formas novedosas de equipos para hacer ejercicios o experiencias de viaje emocionantes.
Los participantes primero armaron una lista de ideas que clasificaron individualmente en orden de preferencia. Después, se les dio más tiempo para desarrollar sus conceptos.
Luego, un equipo de jueces independientes calificó la calidad de los diseños finales.
Al analizar los datos, Berg descubrió que, en promedio, la primera opción de los participantes a menudo no impresionaba.
En cambio, la segunda idea favorita del participante es la que generó más entusiasmo en los demás.
Al seguir investigando, Berg descubrió que las clasificaciones de los participantes estaban sesgadas por el nivel de abstracción de las ideas en bruto.
En general, los participantes prefirieron los conceptos más concretos y que inicialmente parecían más fáciles de aplicar.
«Una idea que ya es concreta suele estar más cerca de su máximo potencial, por lo que no necesita tanta previsión», dice Berg. «El valor de la idea ya es relativamente evidente».
Esto significaba que a menudo pasaban por alto ideas un poco más abstractas que no eran prácticas de inmediato.
Sin embargo, con el desarrollo, los usos potenciales de las ideas abstractas pronto se hicieron evidentes, lo que las llevó a ser más populares entre los jueces independientes.
Como ejemplo, una la propuesta de un participante fue una «máquina de viento o de gravedad» que proporciona resistencia contra tus movimientos, algo como nadar pero sin «la humedad de una piscina».
Al principio, es difícil imaginar cómo se podría poner en práctica, pero con el tiempo de desarrollo, el participante había explorado el uso potencial de una plataforma magnética, combinada con ropa magnética.
«Esto haría algo común como hacer un ejercicio de entrenamiento con pesas», escribió.
Al invertir los imanes, el deportista podría incluso levitar, facilitando actividades como pararse de manos. Con esos detalles, el plan finalmente resultó ser muy popular entre los jueces independientes.
Cómo identificar la idea brillante
Como muestran los resultados del estudio de Berg, es posible que estemos perdiendo constantemente nuestras mejores ideas, gracias a una simple incapacidad para reconocer las pepitas de oro que tenemos frente a nosotros.
Entonces, ¿cómo podemos mejorar nuestros juicios de valor?
Dado que nuestras corazonadas suelen estar equivocadas, una posibilidad puede ser fomentar el tipo correcto de pensamiento reflexivo.
Berg descubrió que podía mejorar los pronósticos de los participantes pidiéndoles que justificaran por qué habían hecho sus clasificaciones de ese modo.
Se trata de un simple ejercicio de reflexión que les ayudó a apreciar las ideas más abstractas.
«La clave es que seriamente tienes que involucrarte en este razonamiento y estar abierto a cambiar de opinión en función de ello», dice.
De manera más general, él piensa que podríamos retrasar la elección final hasta que hayamos desarrollado un par de opciones competitivas.
Pensando más, una idea abstracta que inicialmente parecía menos prometedora comenzará a ganar sustancia y pronto podría parecer más emocionante.
Si estuvieras pensando en escribir un libro, por ejemplo, podrías hacer una lluvia de ideas sobre varios conceptos antes de detallar los resúmenes de los dos capítulos que más te gustan. Solo allí decidirías con cuál empezar. «Esto reduce el riesgo de rechazar una idea demasiado pronto», dice Berg.
Rogelio Puente Díaz, profesor de marketing de la Universidad Anáhuac México Norte, está de acuerdo con que debemos desconfiar de nuestros juicios de valor iniciales.
Su trabajo ha demostrado que a menudo confiamos en los «sentimientos metacognitivos» -esa corazonada de que algo funcionará o no- para juzgar la calidad de una idea y estos pueden estar sujetos a sesgos.
Sin embargo, en su opinión, uno de los mayores problemas puede ser un optimismo injustificado sobre el éxito potencial de una idea.
«Nuestra tendencia es simplemente mirar el lado positivo», dice.
Por esta razón, recomienda que hagamos un esfuerzo consciente para pensar en las muchas razones por las que una idea puede fallar.
Si aplicaras esto junto con la sugerencia de Berg, podrías desarrollar esas dos ideas favoritas y, después de tener una mejor idea de lo que implican, compilaría una lista de pros y contras para cada una.
«Esfuérzate tanto en pensar en lo que podría salir mal como en lo que podría salir bien», asegura.
De esta manera, puedes adelantarte a los problemas que en última instancia conducirían al fracaso, de modo que puedas estar seguro de que la brillante idea que elijas se puede lograr.
Quizás la forma más segura de garantizar el éxito es evaluar las opiniones de los demás y preferiblemente de las personas que podrían estar interesadas en tu producto o servicio.
Laura Kornish, profesora de marketing en la Universidad de Colorado Boulder, dice que la mayoría de las organizaciones dedican tiempo a la opinión del consumidor en una etapa relativamente tardía del desarrollo de un producto, mientras que su investigación muestra que puede emplearse de manera útil en una etapa anterior, poco después la lluvia de ideas del principio, para determinar qué ideas tendrán más éxito.
«Si puedes conseguir que 20 o 30 personas califiquen tus ideas, puedes tener una señal real de si son buenas o no», opina.
Puede que nunca sepamos qué llevó a Larry Page a centrarse en BackRub y dejar sus otras ideas de lado. Pero estas técnicas pueden ayudarnos a todos a identificar los proyectos con mayor potencial.
Al poner más esfuerzo en el desarrollo inicial, considerar los mejores y peores escenarios y evaluar las opiniones de los demás, podemos separar el grano de la paja de nuestra creatividad y nunca arriesgarnos a desperdiciar una idea de un billón de dólares.
Fuente: El Nacional
Por: Maria Laura Espinoza
Twitter: @i_am_LauEz14