Hace mucho tiempo, así suelen empezar los cuentos de Navidad, que Rómulo Betancourt, el padre fundador de la democracia que surgió en 1958 a la caída de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, lanzó aquella frase en inglés de We will come back. Fue tras la derrota de su candidato Luis Piñerúa Ordaz en las elecciones de 1978 frente al socialcristiano Luis Herrera Campins.
Era un remedo de la expresión acuñada por el célebre general Douglas MacArthur durante la II Guerra Mundial en la batalla contra el Imperio japonés.
Y AD volvió y muy pronto con los triunfos de Jaime Lusinchi (1983) y Carlos Andrés Pérez por segunda vez (1988). No falló Betancourt, como tampoco lo había hecho MacArthur.
Después pasó lo que pasó, lo que nos ha traído a trancas y barrancas hasta estos días más que grises y sin alcanzar el objetivo del regreso a algo parecido a la democracia «puntofijista», porque quizás no había tal anhelo o estaba aplastado bajo esa frase enardecida y rabiosa de No volverán, portaestandarte de los nuevos próceres que sin tomar el poder por asalto han actuado como si así lo hubieran alcanzado. Como tierra arrasada.
En la búsqueda de referencias para explicar lo que ha pasado en Venezuela ─que al mundo de afuera le cuesta entender en un «país tan rico», e incluso al mundo de adentro─ ha emergido la voz de la figura controvertida del dos veces presidente Carlos Andrés Pérez, particularmente en ocasión del centenario de su nacimiento en octubre pasado y con la aparición en los cines de ese documento político e intimista de CAP Inédito, de Carlos Oteyza.
La historia, en verdad, lleva tiempo en alza para tratar de armar el rompecabezas venezolano en el que sobran o faltan piezas o están fuera del lugar que se cree les corresponde. Los historiadores y las academias tienen trabajo por delante lo que no impide el intercambio de opiniones en medios y portales sobre tiempos aún muy frescos que requieren reposo para el juicio sereno y certero.
CAP, gestor de La Gran Venezuela, y de su antítesis, El Gran Viaje ─todo a «lo grande», también Chávez avizoró un «país potencia»─ es una figura de la democracia venezolana que se asoció a la sensación de la riqueza fácil que permeó la sociedad venezolana al amparo del chorro petrolero y, también, el hombre que intentó rectificar en su segundo gobierno ese Estado desmesurado ─que nacionalizó el hierro y el petróleo, dueño de hoteles, ingenios azucareros, bancos y astilleros─ que se gestó en su primera administración.
Su segunda presidencia fue un experimento que terminó en fracaso pero del que, seguramente, habrá que rescatar la racionalidad económica de su programa de cambios cuando este Estado secuestrado se convierta en un Estado al servicio y promoción de los ciudadanos.
El mensaje de fondo de la voz de CAP ─el expresidente en el ocaso de su vida política─ es el del valor de la democracia como el sistema de libertades sociales, económicas y políticas que, aún con sus imperfecciones, es mil veces preferible a los «cantos de sirena» de los pretendidos salvadores ─vengadores vengativos─ que hacen del poder un coto personal o de una casta que no es nada cívica, ni militar en su sentido de sujeción al poder civil.
También la necesidad de reformar los partidos para que sean organizaciones vivas, modernas, abiertas a los cambios y atentas, ahora con apremio, al sentir de la gente y dispuestas a entenderse para rescatar la democracia.
Editorial de El Nacional