Desde 1999 el Gobierno de Venezuela ha difundido decenas de denuncias de intentos de magnicidio. Difundido, sí, es ese el modo apropiado de referirse a acusaciones opacamente procesadas y visiblemente destinadas a atraer la atención del país, victimizar al Gobierno y descalificar a adversarios internos y externos. En tales campañas se han venido repitiendo con insistencia, y sin consecuencias, las referencias a Colombia y el nombre de Álvaro Uribe Vélez.
Bazucas y supuestos paramilitares estuvieron en el menú del magnicidio entre 2002 y 2004, años de pérdida de apoyos y presión política sobre el Gobierno. En 2006, durante la campaña para la segunda reelección de Hugo Chávez, otra acusación terminó con la noticia de que los implicados habían huido a Colombia.
En 2010, en la escalada de deterioro de las relaciones entre Caracas y Bogotá, el presidente Hugo Chávez hablaba de información de inteligencia, nunca abiertamente ventilada, que señalaba la complicidad de Álvaro Uribe en un plan magnicida. Y el ex mandatario colombiano ha vuelto a aparecer en tres de las cinco denuncias de 2013.
Ya en los meses de marzo y abril se había difundido la tesis sobre la inoculación del cáncer a Chávez y, luego, la del lento envenenamiento que se aplicaría a su sucesor.
En junio, después de la visita del dirigente opositor Henrique Capriles Radonski a Juan Manuel Santos, vino la denuncia presidencial del plan fraguado con paramilitares en el que, junto a dos altos ex funcionarios del gobierno de Estados Unidos, Roger Noriega y Otto Reich, estaría implicado Álvaro Uribe. En julio, un analista progubernamental hablaba de una trama magnicida tejida desde Chile por la CIA, justo después de la visita de Capriles Radonski a ese país, mientras el presidente de la Asamblea Nacional ligaba al ex mandatario colombiano con Luis Posada Carriles en otro cuento similar.
Y en agosto, hace pocos días, en medio de signos inequívocos de graves ineficiencias del Gobierno y de grietas en el oficialismo, fue anunciada la captura de sicarios en supuesta misión magnicida, coordinada entre Miami y Bogotá con apoyo de Uribe Vélez.
Vista esta muestra de antecedentes, no es extraño que la más reciente denuncia fuera desestimada dentro y fuera de Venezuela, triste evidencia de la inverosimilitud de un pésimo guión demasiadas veces repetido. Pero también hay que decir que es lamentable el clima de complacencia que ha terminado alentando la utilización política de la trama magnicida en Venezuela.
Es particularmente grave que se pueda implicar recurrentemente a un ex mandatario de otro país sin que las instituciones del Estado, desde la Presidencia y su Comisión Asesora de Relaciones exteriores -que incluye a todos los ex presidentes- hasta el Congreso respondan de algún modo al irrespeto y a la depreciación de la política nacional y regional. Se nota que a Colombia le importa poco que se maltrate y se insulte a sus ex mandatarios.
Editorial de El Nacional