“Las colas le dan la vuelta al país”. Así tituló este diario un extenso trabajo sobre un fenómeno concomitante con el nuevo deporte nacional: la caza de alimentos y artículos de higiene personal. Y no sólo este periódico se ha hecho eco de un mal que aqueja a la casi totalidad de los venezolanos (a excepción, claro está, de los enchufados que tienen acceso, en exceso, a todo lo que falta), sino la gran mayoría de los medios impresos que, a pesar de los riesgos que corren, saben que no pueden ocultar una realidad que el ministro Osorio se empeña en esconder; hasta la gente de Aporrea se ha mostrado alarmada y algunos de sus plumíferos – haciendo la salvedad de que volverían a votar por Maduro, lo que demuestra que el fundamentalismo y la ceguera también pueden ser posturas políticas – han sugerido que no es posible ni conveniente seguir tapando el sol con un dedo.
El venezolano por lo general no fue reacio a esperar pacientemente su turno, apostado en una fila, para tramitar documentos, inscribir a sus hijos en la escuela o, con un saco de fe a cuestas y una mochila de esperanzas bajo el brazo, sellar un formulario del 5 y 6, cuando los dividendos de este juego no eran despreciables; pero donde ha sido más perseverante la ciudadanía ha sido en el acto de estar en paz con su conciencia cívica y participar en las elecciones que, con asiduidad, han sido convocadas por el régimen para, con la complicidad del CEN, validar sus arbitrariedades y darle una barniz democrático al absolutismo rojo. De estas últimas colas se ha venido alejando el elector en razón de la morosidad del árbitro comicial que, además de trapacero, se ha mostrado ineficiente y ha alcanzado límites que avergonzarían a las naciones más atrasadas del planeta.
No hemos sido renuentes a las colas, pero cuando éstas se convierten, como se han convertido, en práctica cotidiana y obligatoria – potenciada, además, por las deficiencias tecnológicas y las presiones laborales que hace del comerciante corresponsable de esa anómalas aglomeraciones en las cajas y puertas de su negocio – es lógico que la gente se rebele y haga sentir su rabia y descontento, apartándose de la resignación que Maduro y su combo esperan del pueblo, invocando para tal doblez la memoria de un comandante cuya inmortalidad está garantizada por ser él mismo génesis de la escabrosa manifestaciones no convocadas para adquirir lo que se consiga, no importa a cuál precio ni en qué cantidad, aunque para ello haya que liarse a trompadas con el vecino.
Esas hileras de gente aguardando lo que no llega suponen una ocupación adicional para las amas de casa, el consumo de tiempo libre para los jóvenes y horas extras de labor para el común de los trabajadores; tiempo irremisiblemente perdido para quienes creyeron ingenuamente en las bondades de un socialismo que ya había demostrado, en otras latitudes, que bajo su égida las colas eran inevitables, porque con la degradación de la clase media cumplían con la utopía igualitaria. Aquí no ha sido distinto y las colas nada bueno presagian.
Editorial de El Nacional